domingo, 10 de abril de 2011

Petición de los fabricantes de velas

Por Frédéric Bastiat (1801-1850)

Sofismas Económicos (1845), cap. VII

Traducido por Alex Montero.

Petición de los fabricantes de candelas, velas, lámparas, candeleros, faroles, apagavelas, apagadores y productores de sebo, aceite, resina, alcohol y generalmente de todo lo que concierne al alumbrado

A los señores miembros de la Cámara de Diputados

Señores:

Ustedes están en el buen camino. Rechazan las teorías abstractas; la abundancia y el buen mercado les impresionan poco. Se preocupan sobre todo por la suerte del productor. Ustedes le quieren liberar de la competencia exterior; en una palabra, ustedes le reservan el mercado nacional al trabajo nacional.

Venimos a ofrecerles a Ustedes una maravillosa ocasión para aplicar su... ¿Cómo diríamos? ¿Su teoría? No, nada es más engañoso que la teoría. ¿Su doctrina? ¿Su sistema? ¿Su principio? Pero Ustedes no aman las doctrinas, Ustedes tienen horror a los sistemas y, en cuanto a los principios, declaran que no existen en economía social; diremos por tanto su práctica, su práctica sin teoría y sin principios.

Nosotros sufrimos la intolerable competencia de un rival extranjero colocado, por lo que parece, en unas condiciones tan superiores a las nuestras en la producción de la luz que inunda nuestro mercado nacional a un precio fabulosamente reducido; porque, inmediatamente después de que él sale, nuestras ventas cesan, todos los consumidores se vuelven a él y una rama de la industria francesa, cuyas ramificaciones son innumerables, es colocada de golpe en el estancamiento más completo. Este rival, que no es otro que el sol, nos hace una guerra tan encarnizada que sospechamos que nos ha sido suscitado por la pérfida Albión (¡buena diplomacia para los tiempos que corren!) en vista de que tiene por esta isla orgullosa consideraciones de las que se exime respecto a nosotros.

Demandamos que Ustedes tengan el agrado de hacer una ley que ordene el cierre de todas las ventanas, tragaluces, pantallas, contraventanas, póstigos, cortinas, cuarterones, claraboyas, persianas, en una palabra, de todas las aberturas, huecos, hendiduras y fisuras por las que la luz del sol tiene la costumbre de penetrar en las casa, en perjuicio de las bellas industrias con las que nos jactamos de haber dotado al país, pues sería ingratitud abandonarnos hoy en una lucha así de desigual.

Quieran los señores Diputados no tomar nuestra petición como una sátira y no rechazarla sin al menos escuchar las razones que tenemos que hacer valer para apoyarla.

Primero, si Ustedes cierran tanto como sea posible todo acceso a la luz natural, si Ustedes crearan así la necesidad de luz artificial, ¿cuál es en Francia la industria que, de una en una, no sería estimulada?

Si se consume más sebo, serán necesarios más bueyes y carneros y, en consecuencia, se querrá multiplicar los prados artificiales, la carne, la lana, el cuero y sobre todo los abonos, base de toda la riqueza agrícola.

Si se consume más aceite, se querrá extender el cultivo de la adormidera, del olivo, de la colza. Estas plantas ricas y agotadoras del suelo vendrían a propósito para sacar ganancias de esta fertilidad que la cría de las bestias ha comunicado a nuestro territorio.

Nuestros páramos se cubrirán de árboles resinosos. Numerosos enjambres de abejas concentrarán en nuestras montañas tesoros perfumados que se evaporan hoy sin utilidad, como las flores de las que emanan. No habría por tanto una rama de la agricultura que no tuviera un gran desarrollo.

Lo mismo sucede con la navegación: millares de buques irán a la pesca de la ballena y dentro de poco tiempo tendremos una marina capaz de defender el honor de Francia y de responder a la patriótica susceptibilidad de los peticionarios firmantes, mercaderes de candelas, etc.

¿Pero qué diremos de los artículos París? Vean las doraduras, los bronces, los cristales en candeleros, en lámparas, en arañas, en candelabros, brillar en espaciosos almacenes comparados con lo que hoy no son más que tiendas.

No hay pobre resinero, en la cumbre de su duna, o triste minero, en el fondo de su negra galería, que no vean aumentados su salario y su bienestar.

Quieran reflexionarlo, señores, y quedarán convencidos que no puede haber un francés, desde opulento accionista de Anzin hasta el más humilde vendedor de fósforos, a quien el éxito de nuestra demanda no mejore su condición.

Prevemos sus objeciones, señores; pero Ustedes no nos opondrán una sola que no hayan recogido en los libros usados por los partidarios de la libertad comercial. Osamos desafiarlos a pronunciar una palabra contra nosotros que no se regrese al instante contra Ustedes mismos y contra el principio que dirige toda su política.

¿Nos dirán que, si ganamos esta protección, Francia no ganará nada porque el consumidor hará los gastos?

Les responderemos:

Ustedes no tienen el derecho de invocar los intereses del consumidor. Cuando se les ha encontrado opuestos al productor, en todas las circunstancias los han sacrificado. Ustedes lo han hecho para estimular el trabajo, para acrecentar el campo de trabajo. Por el mismo motivo, lo deben hacer todavía.

Ustedes mismos han salido al encuentro de la objeción cuando han dicho: el consumidor está interesado en la libre introducción del hierro, de la hulla, del ajonjolí, del trigo y de las telas. - Sí, dijeron Ustedes, pero el productor está interesado en su exclusión. - Y bien, si los consumidores están interesados en la admisión de la luz natural, los productores lo están en su prohibición.

Pero, dirán Ustedes todavía, el productor y el consumidor no son más que uno solo. Si el fabricante gana por la protección, hará ganar al agricultor. Si la agricultura prospera, abrirá mercado a las fábricas. - ¡Y bien! Si nos confieren el monopolio del alumbrado durante el día, primero compraremos mucho sebo, carbón, aceite, resinas, cera, alcohol, plata, hierro, bronces, cristales, para alimentar nuestra industria y, además, nosotros y nuestros numerosos abastecedores nos haremos ricos, consumiremos mucho y esparciremos bienestar en todas las ramas del trabajo nacional.

¿Dirán Ustedes que la luz del sol es un don gratuito y que rechazar los dones gratuitos sería rechazar la riqueza misma bajo el pretexto de estimular los medios para adquirirla?

Pero pongan atención a que Ustedes llevan la muerte en el corazón de su política; pongan atención a que hasta aquí ustedes han rechazado siempre el producto extranjero porque él se aproxima a ser don gratuito y precisamente porque se aproxima a ser don gratuito. Para cumplir las exigencias de otros monopolizadores, Ustedes tenían un semi-motivo; para acoger nuestra demanda, Ustedes tienen un motivo completo y rechazarnos precisamente por usar el fundamento de Ustedes mismos sobre el que nos hemos fundamentado más que los demás sería formular la ecuación + x + = -; en otros términos, sería amontonar absurdo sobre absurdo.

El trabajo y la naturaleza concurren en proporciones diversas, según los países y los climas, a la creación de un producto. La parte que pone la naturaleza es siempre gratuita; la parte del trabajo es la que le da valor y por la que se paga.

Si una naranja de Lisboa se vende a mitad de precio que una naranja de París es porque el calor natural y por consecuencia gratuito hace por una lo que la otra debe a un calor artificial y por tanto costoso.

Luego, cuando una naranja nos llega de Portugal, se puede decir que nos ha sido dada la mitad gratuitamente, la mitad a título oneroso o, en otros términos, a mitad de precio en relación con aquella de París.

Ahora bien, es precisamente esta semi-gratuidad (perdón por la palabra) lo que Ustedes alegan para excluirla. Ustedes dicen: ¿Cómo el trabajo nacional podría soportar la competencia del trabajo extranjero cuando aquél tiene que hacer todo y éste no cumple más que la mitad de la tarea, pues el sol se encarga del resto? Pero si la semi-gratuidad les decide a rechazar la competencia, ¿cómo la gratuidad entera les llevará a admitir la competencia? O no son lógicos o deberían rechazar la semi-gratuidad como dañina a nuestro trabajo nacional, rechazar a fortiori y con el doble más de celo la gratuidad entera.

Otra vez, cuando un producto, hulla, hierro, trigo o tela, nos viene de fuera y podemos adquirirlo con menos trabajo que si lo hiciéramos nosotros mismos, la diferencia es un don gratuito que se nos confiere. Este don es más o menos considerable conforme la diferencia sea más o menos grande. Es de un cuarto, la mitad o tres cuartos del valor del producto si el extranjero no nos pide más que tres cuartos, la mitad o un cuarto del pago. Es tan completo como podría ser cuando el donador, como hace el sol por la luz, no nos pide nada. La cuestión, lo postulamos formalmente, es saber si Ustedes quieren para Francia el beneficio del consumo gratuito o las pretendidas ventajas de la producción onerosa. Escojan, pero sean lógicos; porque, en tanto que Ustedes rechacen, como lo han hecho, la hulla, el hierro, el trigo y los tejidos extranjeros en la proporción en que su precio se aproxima a cero, qué inconsecuente sería admitir la luz del sol, cuyo precio es cero durante todo el día.

Modelos suecos

Por Johan Norberg
Traducido por Juan Fernando Carpio
Artículo originalmente publicado en The National Interest el 6 de junio de 2006.
Ser sueco significa de nuevo ser admirado. Suecia es "la sociedad más exitosa que el mundo jamás ha conocido", declara el periódico de izquierda The Guardian; "los suecos lideran las reformas en Europa", declara el periódico pro libre mercado Financial Times; sólo el modelo nórdico "combina tanto equidad como eficiencia", explica un reporte reciente de la Comisión Europea.
En un contencioso debate europeo marcado por la hostilidad, las manifestaciones y el desasosiego, Suecia parece ser una apuesta segura: neutral, poco controvertida y sin opositores naturales. Suecia es un test de Rorschach: la Izquierda ve un Estado Benefactor generoso y la Derecha ve una economía abierta que pide desregulación en la Unión Europea. La única cosa en que los reformistas británicos y los proteccionistas franceses pudieron estar de acuerdo en la cumbre de la UE en Bruselas de Marzo fue que Europa podría aprender de la combinación de provisiones sociales generosas y una economía de alto crecimiento del modelo escandinavo. Suecia es percibida como la proverbial "tercera vía", al combinar la apertura y creación de riqueza del capitalismo con la redistribución y la red de seguridad del socialismo. Es el mejor de ambos mundos.
Pero las cosas en Suecia no están tan bien como sus promotores quisieran creer. Desde hace mucho tiempo el parangón de la socialdemocracia, el modelo sueco, se pudre por dentro. Irónicamente, el fundamente social y económico único que permitió a Suecia en primer lugar construir su edificio político –y que le vuelve un modelo tan difícil de emular por otros países– ha sido críticamente debilitado por el sistema que ayudó a crear. Lejos de ser una solución para los nuevos países enfermos de Europa, Suecia debe enfrentar retos serios y fundamentales en el centro de su modelo social.



Los orígenes del Estado de Bienestar
Decir que otros países deberían emular el modelo social sueco es tan útil como decirle a una persona de aspecto promedio que debe tener la belleza de una supermodelo sueca. Hay circunstancias especiales y unos ciertos antecedentes que limitan la habilidad de imitar. En el caso de la supermodelo, se trata de genética. En el contexto de modelos económicos y políticos, se trata de las bases históricas y culturales.
Gunnar y Alva Myrdal fueron los padres intelectuales del Estado Benefactor sueco. En los años 30 llegaron a considerar que Suecia era el candidato ideal para un sistema estatal que ofreciera seguridad de la cuna-a-la-tumba. En primer lugar, la población sueca era pequeña y homogénea, con altos niveles de confianza entre la gente y en el gobierno. Debido a que Suecia nunca tuvo un período feudal y el gobierno siempre permitió algún tipo de representación popular, los agricultores propietarios se acostumbraron a ver a las autoridades y al gobierno más como una parte de la gente que como enemigos externos. En segundo lugar, el servicio civil era eficiente y libre de corrupción. En tercer lugar, una ética protestante de trabajo –y fuertes presiones sociales de la familia, los amigos y los vecinos para encajar en esa ética– significaba que la gente trabajaría duramente, incluso si los impuestos se elevaban y la asistencia social se expandía. Finalmente, el trabajo sería muy productivo, dada la población bien educada de Suecia y su fuerte sector exportador. Si el Estado Benefactor no funcionaba en Suecia, los Myrdal concluyeron, no funcionaría en ninguna parte.
La historia de éxito económico de Suecia empezó a fines del siglo 19, luego de un cambio político fundamental hacia los mercados libres y el libre comercio. Los comerciantes suecos podían exportar hierro, acero y madera, y los empresarios crearon innovadoras empresas industriales que se volvieron líderes mundiales. Entre 1860 y 1910 los salarios reales de los trabajadores industriales crecieron en un 25% por década, y el gasto público en Suecia no rebasó el 10% del PIB.
El Partido Social Demócrata llegó al poder en 1932 y ha gobernado Suecia 65 de los últimos 74 años. Se dieron cuenta rápidamente que un partido basado en la lucha de clases no podría mantenerse en el poder en Suecia. En lugar de eso, se volvieron en un partido de la clase media creando sistemas de seguridad social que otorgaron los beneficios más altos en jubilaciones, desempleo, maternidad y enfermedad a aquellos con mayores salarios. (La mayoría de beneficios eran proporcionales al monto pagado, de modo que la rica clase media tuviera un interés en apoyar el sistema.) Era una política de socialización por el lado del consumo: el gobierno no tomaría control de los medios de producción, pero cobraría impuestos a los trabajadores, en forma de impuestos al consumo y a la renta, para proveer beneficencia. Era mercados y competencia para las grandes empresas y Estado Benefactor para la gente. Aún así, en un año tan tardío como 1950 el peso total de los impuestos no eran mayor al 21% del PIB, más bajo que en los Estados Unidos y Europa Occidental.
Esto significó que los socialdemócratas estén ansiosos de complacer a la industria y no permitir que la agenda social interfiera con el progreso de la economía. El libre comercio era siempre la regla. Las regulaciones que se introdujeron fueron adaptadas para beneficiar a las industrias más grandes; por ejemplo, los salarios fueron equiparados, pero con el propósito de mantener los salarios bajos en las empresas grandes, mientras que las empresas pequeñas y menos productivas fueron forzadas así a cerrar. Los sindicatos, por su parte, eran relativamente favorables a la destrucción creativa del capitalismo, así que permitieron que viejos sectores como las granjas, los astilleros y los textiles desaparecieran siempre y cuando se crearan nuevos empleos.
Estas políticas, y el hecho de que Suecia se mantuviera al margen de las dos guerras mundiales, significaron que la economía obtuviera resultados asombrosos. Suecia era rica: en 1970 tenía el cuarto ingreso per cápita más alto del mundo, de acuerdo con estadísticas de la OCDE. Pero en este punto los socialdemócratas se empezaron a radicalizar, con las arcas llenas por las grandes empresas y los líderes llenos de ideas de las últimas tendencias izquierdistas internacionales. La asistencia social fue expandida y el mercado laboral se volvió altamente regulado. El gasto público casi se duplicó entre 1960 y 1980, elevándose del 31% al 60% del PIB.
Ese fue el momento en que el modelo empezó a tener dificultades. De 1975 al 2000, mientras que el ingreso per cápita creció en un 72% en los Estados Unidos y 64% en Europa Occidental, el de Suecia creció en no más del 43%. Para el año 2000, Suecia había caído al lugar 14 en el ranking de la OCDE sobre ingreso per cápita. Si Suecia fuera un estado en los Estados Unidos, sería el quinto más pobre. Como el ministro de finanzas socialdemócrata Bosse Ringholm explicó en 2002, "si Suecia hubiera tenido las mismas tasas de crecimiento que el promedio de la OCDE desde 1970, nuestros recursos comunes hubieran sido tan altos que sería el equivalente a 20.000 SEK (coronas suecas, es decir 2.500 dólares) más por hogar, mensuales"
Demasiado bueno


La fuente del problema era la ironía fatal del sistema sueco: el modelo erosionó los principios básicos que volvieron viable el modelo en primer lugar.
El servicio civil es un ejemplo portentoso de este fenómeno. La eficiencia del servicio civil significaba que el gobierno podría expandirse, pero esta expansión empezó a dañar su eficiencia. De acuerdo a un estudio de 23 países desarrollados del Banco Central Europeo, Suecia ahora obtiene el menor servicio por dólar gastado del gobierno. Suecia aún tiene unos resultados impresionantes en sus estándares de vida (como de hecho ya hacía antes de la introducción del Estado Benefactor en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial), pero de ninguna manera lo que uno esperaría de un país con los niveles de impuestos más altos del mundo, actualmente en el 50% del PIB. Si el sector público fuera tan eficiente como el de Irlanda o Gran Bretaña, por ejemplo, el gasto podría ser reducido en un tercio por el mismo servicio. La Asociación Sueca de Autoridades Locales y Regiones informa de que los doctores suecos atienden a cuatro pacientes al día en promedio, una reducción del promedio de nueve que tenían en 1975. Es menor que en cualquier otro país de la OCDE, y menos que la mitad del promedio. Una razón es que un doctor sueco consume entre el 50% y 80% de su tiempo en trámites administrativos.
En el frente económico, el viejo sistema sueco de alentar inversiones en industrias grandes funcionó bien, siempre que hubiera poca necesidad de innovación. Una vez que eso ocurrió, sin embargo, el sistema se encontró en aprietos. La competitividad de la industria tuvo que ser manipulada varias veces devaluando la moneda. La globalización y la nueva economía del conocimiento y los servicios hicieron más importante que nunca el invertir en capital humano y en creatividad individual. Las tasas marginales de impuestos altas sobre los ingresos personales, sin embargo, redujeron los incentivos de los individuos para tomar riesgos y elevar el potencial de ingresos al invertir en su educación y habilidades, y volvió extremadamente difícil atraer trabajadores especializados desde el exterior.
Más aún, el modelo sueco dependía de la existencia de un pequeño número de grandes empresas industriales. Cuando aquellas disminuyeron en importancia o se movieron al exterior, Suecia necesitó algo que tomara su lugar. Pero las políticas que beneficiaban a las firmas más grandes crearon un déficit de pequeños y medianos negocios. Aquellos que sí existían no crecieron, en parte por los riesgos y costes de las asfixiantes reglas de empleo que prevenían el despido de trabajadores. En efecto, las compañías suecas más importantes son aquellas que aparecieron durante el período de laissez faire antes de la Primera Guerra Mundial; sólo una de las cincuenta empresas más grandes fue fundada después de 1970. Mientras tanto, los servicios que podían convertirse en nuevos sectores de crecimiento privado, como la educación y la salud, fueron monopolizados y financiados por el gobierno. En la medida en que fueron creciendo en importancia y tamaño, una parte creciente de la economía sueca se vio de ese modo aislada de las fuerzas de los mercados internacionales y de inversiones que podía haberla convertido en proyectos exitosos y productivos.
A inicios de los años 90 una recesión profunda forzó a Suecia abandonar muchos excesos de los 70 y 80. Las tasas marginales de impuestos fueron reducidas, el banco central fue convertido en autónomo, las pensiones públicas fueron reducidas y parcialmente privatizadas, los bonos escolares fueron introducidos y los proveedores privados fueron bienvenidos en el sector de la salud. Múltiples sectores fueron desregulados, como la energía, el servicio postal, el transporte, la televisión y -más importante aún- las telecomunicaciones, lo que abrió el camino para el éxito de empresas como Ericsson.
Pero Suecia mantuvo los impuestos más altos del mundo, sistemas de seguridad social generosos y un mercado laboral fuertemente regulado, lo cual dividió la economía: Suecia es muy buena produciendo bienes, pero no generando empleos. De acuerdo a un reciente estudio de 35 países desarrollados, sólo dos tuvieron crecimiento sin creación de empleos: Suecia y Finlandia. El crecimiento económico en Suecia en los últimos 25 años no ha tenido correlación alguna con la participación en el mercado de trabajo. (En contraste, un 1% de crecimiento aumenta el número de trabajos en un 0,25% en Dinamarca, un 0,5% en los Estados Unidos y un 0,6% en España.) Sorprendentemente, no se ha creado un solo empleo neto en el sector privado en Suecia desde 1950.
Durante la recesión de principios de los 90, Suecia tenía una tasa de desempleo cercana al 12%. La tasa oficial se ha reducido a la mitad desde entonces, pero la diferencia ha sido compensada por un incremento dramático de otras formas de absentismo. Por ejemplo, hay 244.000 trabajadores abiertamente desempleados en una población de 9 millones. Pero eso no incluye a 126.000 que trabajan en proyectos estatales de ayuda al desempleo (programas ampliamente fracasados diseñados para ayudar a las personas a adquirir las habilidades para encontrar un empleo) o los 89.000 buscadores de trabajo que reciben alguna forma de capacitación. Y existen otros 111.000 en "desempleo latente", es decir, gente que no ha sido definida como parte de la fuerza laboral pero que puede y quisiera trabajar. Si todos estos trabajadores se incluyen en el cálculo, la tasa de desempleo verdadera de Suecia sigue siendo de un 12%. (Aunque la cifras de desempleo de otros países, incluyendo las de los Estados Unidos, tampoco reflejan la tasa verdadera, el abanico sueco de proyectos financiados por el gobierno en trabajo y capacitación distorsionan los datos particularmente. Además, Suecia no incluye en sus cifras a los estudiantes que están buscando empleo, violando las normas internacionales al respecto.)
Lo que es más, la tasa de desempleo no dice nada acerca de otro problema laboral: el absentismo rampante. Los suecos son más saludables que casi cualquier otro pueblo en el mundo, pero también se ausentan por enfermedad más que casi cualquier otra nación en el planeta, de acuerdo a los datos disponibles. En el 2004, los beneficios por enfermedad absorbieron el 16% del presupuesto estatal, mientras que el absentismo por enfermedad se ha duplicado desde 1998. Con un beneficio por enfermedad de hasta el 80% del ingreso del receptor (dependiendo de su nivel de salario), no debe sorprender que haya una epidemia de absentismo. Más aún, cerca del 10% de la población en edad económicamente activa se ha retirado con beneficios por discapacidad. Un investigador del sindicato más importante, L.O., recientemente dejó su trabajo cuando no se le permitió publicar su estimación de que cerca del 20% de suecos están desempleados, ya sea abiertamente o en proyectos estatales de ayuda al desempleo, ausencia por enfermedad de largo plazo y retiro adelantado.
Inmigración y política
Suecia no tiene un salario mínimo oficial, pero los sindicatos con poder político fijan salarios mínimos de facto a través de la negociación colectiva. Ese salario mínimo de facto para los trabajadores en Suecia equivale al 66% del salario promedio en el sector de manufacturas, cuando es de apenas el 32% del mismo en los Estados Unidos. En términos económicos, esto significa que si usted es menos del 66% tan productivo como el trabajador sueco promedio de manufacturas –quizás porque no tiene habilidades, no tiene experiencia o vive en una zona remota– probablemente no encuentre un empleo. Cualquier compañía que le contrate estaría forzada a pagarle más de lo que usted es capaz de producir. Y si no logra nunca obtener un empleo, no obtendrá las habilidades y experiencia necesarias para mejorar su capacidad y productividad.
Los inmigrantes reciben el golpe más duro. Desde los inicios de los 80, Suecia ha recibido un gran número de refugiados de los Balcanes, Oriente Medio, África y Latinoamérica, lo que ha terminado con la homogeneidad del país. Hoy, cerca de un séptimo de la población en edad económicamente activa ha nacido en el exterior, pero esa proporción ni se acerca al nivel de empleo de los naturales del país. Suecia tiene una de las mayores diferencias del mundo desarrollado de participación laboral entre los nativos y los inmigrantes. Muchas familias inmigrantes están desmotivadas por la falta de perspectivas de empleo y terminan dependiendo de la caridad estatal.
Los problemas de desempleo a su vez resultan en segregación de facto. A pesar del escaso conflicto racial histórico, el mercado laboral está más segregado que en los EEUU, Inglaterra, Alemania, Francia o Dinamarca, países todos ellos con historias raciales mucho más problemáticas que Suecia. Un informe del Partido Liberal (pro-mercado) antes de la elección 2002 mostró que más del 5% de todos los distritos en Suecia tenían niveles de empleo de menos del 60%, con tasas de criminalidad mucho más altas y resultados escolares inferiores que en otras zonas. El número de distritos segregados ha continuado en aumento. En algunos barrios, los niños crecen sin ver jamás a nadie que salga hacia su trabajo por la mañana. Se forman bolsas de desempleo y exclusión social, especialmente en áreas con muchos inmigrantes no-europeos. Cuando los suecos ven que tantos inmigrantes viven del gobierno, su interés en contribuir al sistema disminuye.
Como en otras partes de Europa Occidental, la segregación de zonas de inmigrantes lleva al aislamiento, el crimen y en algunos casos, al radicalismo. El año pasado, Nalin Pekgul, el director kurdo de la Federación Nacional de Mujeres Socialdemócratas, explicó que fue forzada a mudarse de un suburbio de Estocolmo por culpa del crimen y el surgimiento del radicalismo islámico. El anuncio impactó a todo el sistema político. "Una bomba a punto de estallar" es una de las metáforas comúnmente utilizadas cuando se discute la exclusión social en Suecia.
Aquellos inmigrantes que mantienen su espíritu empresarial intacto, a menudo se lo llevan a otra parte. Cientos de somalíes e iraníes desempleados dejan Suecia cada año y se mudan a Gran Bretaña donde con frecuenta tienen más éxito en encontrar trabajo. El contraste de experiencias puede ser abrumador. El historiador económico sueco Benny Carlson recientemente comparó las experiencias de los inmigrantes somalíes en Suecia con las de los inmigrantes somalíes en Minneapolis, Minnesota. Sólo un 30% tenía un trabajo en Suecia, la mitad que en Minneapolis (60%). Y existen alrededor de 800 negocios manejados por somalíes en Minneapolis comparados con sólo 38 en Suecia. Carlson citó a dos inmigrantes que resumieron entre ambos esa disparidad. "Aquí hay oportunidades", decía Jamal Hashi, que dirige un restaurante africano en Minneapolis. Su amigo, que había emigrado a Suecia, contaba una historia bien diferente: "Te sientes como una mosca atrapada bajo el vidrio. Tus sueños se destrozan".
Ya no un modelo
Así es que si los Myrdal tenían razón cuando dijeron que si el Estado Benefactor no podía funcionar en Suecia, no podría funcionar en ninguna parte, ¿qué significa que el sistema sueco haya fallado? La respuesta resulta obvia.
El modelo sueco ha sobrevivido durante décadas, pero la verdad es que su éxito fue construido sobre el legado de un modelo anterior: el período de crecimiento económico y desarrollo anterior a la adopción del modelo socialista. Es difícil concebir cómo otros países –especialmente los sistemas en crisis de Europa Occidental tan ansiosos de adoptar el enfoque sueco, pero que carecen de los componentes necesarios para un Estado Benefactor señalados por Gunnar y Alva Myrdal– puedan lidiar con un Estado Benefactor similar. Países más grandes y más diversos, con una fe más débil en el gobierno y más sospecha hacia otros grupos humanos verían al menos una tendencia más fuerte a abusar del sistema, trabajar menos y aprovecharse de la asistencia social. Los Estados Unidos y buena parte de Europa Occidental enfrentan desafíos de inmigración al menos tan grandes como los suecos.
La economía se ha recuperado desde la recesión de los 90 y las reformas que le siguieron –en contraste con las estancadas economías continentales– principalmente gracias a un puñado de empresas globalmente exitosas. Pero el problema es que una parte creciente de la población está quedándose fuera del proceso y las antiguas actitudes sobre el trabajo y el emprendimiento se están diluyendo. Desde 1995 el número de emprendedores en la Unión Europea ha aumentado en 9%; en Suecia ha disminuido en 9%. Casi una cuarta parte de la población en edad productiva no tiene un trabajo al cual acudir cada mañana, y los sondeos muestran una dramática falta de confianza en el Estado Benefactor y sus reglas.
El sistema de impuestos altos y beneficios estatales generosos funcionó durante tanto tiempo debido a que la solidez de la tradición de autosuficiencia. Pero las mentalidades tienen una tendencia a cambiar cuando cambian los incentivos. El aumento de los impuestos y de los beneficios castigó el trabajo duro e incentivó el absentismo. Los inmigrantes y las generaciones jóvenes de suecos se han encontrado con los incentivos distorsionados y no han desarrollado la ética del trabajo que florecía antes de que los efectos del Estado Benefactor empezaran a erosionarla. Cuando otros se aprovechan del sistema sin sufrir consecuencias negativas por ello, muy pronto usted es considerado un tonto si se levanta temprano cada mañana y trabaja largas jornadas. De acuerdo a los sondeos, cerca de la mitad de todos los suecos ahora creen que es aceptable llamar al trabajo para notificar una ausencia por enfermedad por razones que no sean una enfermedad real. Cerca de la mitad cree que pueden hacerlo cuando alguien en la familia no se siente bien, y casi la misma proporción piensa que pueden hacerlo si hay demasiado que hacer en el trabajo. Nuestros ancestros trabajaban incluso cuando estaban enfermos. Hoy en día, faltamos por "enfermedad" incluso cuando nos sentimos bien.
La verdadera preocupación es que Suecia y otros estados providencia han alcanzado un punto donde es imposible convencer a las mayorías de cambiar el sistema, a pesar de sus pésimos resultados. Obviamente, si usted depende del gobierno, dudará en reducir su tamaño y coste. Una clase media con pocos márgenes económicos se vuelve dependiente de la seguridad social. Eso fue el plan de Bismarck cuando introdujo un sistema que volvería a aquellos que dependan de él "más contentos y mucho más fáciles de manejar".
Tarde o temprano, los políticos empiezan a identificar un nuevo segmento de votantes: aquellos que viven a expensas de los demás. Un ex ministro de Industria socialdemócrata explicó recientemente cómo son las reuniones de su partido en el norte de Suecia: "un cuarto de los participantes tenía permiso para ausentarse del trabajo por enfermedad, un cuarto tenía beneficios por discapacidad y otra cuarta parte estaba desempleada".


Esto crea un círculo vicioso. Con impuestos altos, los mercados y las comunidades voluntarias son desplazados, lo que significa que cada nuevo problema necesita hallar una solución gubernamental. Si el cambio se vuelve algo demasiado difícil, una gran parte del electorado se interesada más en defender buenas condiciones para el desempleo y la ausencia por enfermedad que en crear oportunidades para el crecimiento y el empleo. Y eso ocurre así incluso si se tiene un empleo. Si las regulaciones hacen difícil encontrar un nuevo trabajo, se preocupará más por perder el que tiene ahora y verá las sugerencias de desregular el mercado laboral como una amenaza. Las entrevistas de la OCDE muestran que los muy bien protegidos trabajadores de Suecia, Francia y Alemania tiene mucho más miedo de perder sus empleos que los trabajadores en los menos regulados Estados Unidos, Canadá y Dinamarca.
En ese caso, la esclerosis crea una demanda pública de políticas que creen aún más estancamiento. Esto puede ayudar a explicar la falta de reformas en Europa, a pesar de todas las intenciones políticas. Mientras más problemas hay, más peligrosas parecen las reformas radicales al electorado: si las cosas están así de mal actualmente, dice esa idea, piense en lo mal estarían sin la protección estatal. Por ejemplo, parece que los votantes suecos ahora están dispuestos a sacar del poder al gobierno socialdemócrata este Septiembre. Pero eso sólo fue así cuando la oposición de centro-derecha abandonó las sugerencias más radicales –tales como una reforma laboral y la reducción de los beneficios de la seguridad social– que solían impulsar.
La reforma radical parece muy lejana. Pero por otro lado, así como la construcción paso a paso del Estado Benefactor lenta pero decisivamente redujo la predisposición a trabajar y el amor por la autosuficiencia, las reformas paulatinas para expandir la libertad de elegir y reducir los incentivos para vivir de otros pueden revivir estos valores fundamentales y aumentar el apetito para las reformas.

Cuando Islandia se congeló totalmente

Por David Howden. (Publicado el 6 de abril de 2011)
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/5122.
[Extraído del capítulo 1 de Deep Freeze (2011)]



Tras la quiebra del banco de inversiones estadounidense Lehman Brothers a finales de 2008, los mercados de crédito de todo el mundo se paralizaron en una sorprendente manifestación de la interconectividad de la economía global. Cuando se posó el polvo, la crisis se había llevado por delante billones de dólares de inversiones y los mercados del crédito, que antes funcionaban bien, se habían estancado. La quiebra más espectacular de la crisis financiera de 2008 fue el colapso del sistema financiero islandés. Este colapso es especialmente enigmático ya que Islandia no es un país subdesarrollado (estaba en tercera posición en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas de 2009).
Durante los varios años que llevaban al colapso, Islandia experimentó un auge económico. El sistema financiero islandés se expandió considerablemente; una nación con una población solo ligeramente superior a la de Pittsburgh, Pennsylvania, y un tamaño físico menos que el estado de Kentucky erigió un sistema bancario cuyos activos totales eran diez veces el tamaño del PIB del país. Los precios de viviendas y acciones aumentaron y consecuentemente la riqueza de Islandia hizo lo mismo.
La tradicional economía basada en la pesca se alteró radicalmente. La ingeniería financiera se convirtió en la carrera preferida de los jóvenes ambiciosos, en lugar de la tradicional gestión de los recursos naturales. Era tan probable que los jóvenes en las calles de Reykjavik conocieran la fórmula Black-Scholes como los rendimientos de la captura diaria del salmón. La gente de todas las clases quería trabajar en banca. Un médico generalista contaba su experiencia de “comunicarse” con gente diariamente como su activo clave.[1] Los niños, cuando se les preguntaba qué querían ser de mayores, respondían inocentemente y sin dudar: “banqueros”.
El sistema bancario se hizo tan grande que estaba teniendo problemas para encontrar suficientes personas con talento y, lo que es más importante, trabajadores con experiencia en un país tan pequeño. Se buscó a los mejores empleados de los negocios islandeses más tradicionales para que trabajaran en el creciente sector financiero.
Más tarde, en otoño de 2008, acabó repentinamente el sueño de una riqueza ilimitada con la quiebra del estado islandés. El tipo de cambio de la corona islandesa de hundió, los tres grandes bancos islandeses, Landsbanki, Kaupthing y Glitnir, fueron nacionalizados, el índice de desempleó se disparó y el índice de inflación de precios llegó al 18% al acabar 2008. En unos pocos meses, los islandeses no solo perdieron la riqueza que habían acumulado durante el breve auge, sino asimismo una buena porción de los ahorros que habían trabajado por amasar diligentemente durante muchos años.
La bolsa bajó un 90%. Statistics Iceland informa de que los precios de las viviendas en Reykjavik cayeron más de un 9% durante 2009.[2] Lo que quedaba de los ahorros había cambiado de ubicación y carácter. En lugar de depositar su dinero en bancos, los islandeses preferían tener divisas extranjeras: se libraban de las coronas en cualquier oportunidad. Empezaron a acaparar alimentos y suministros.
Con su gobierno en quiebra, los islandeses pudieron haber experimentado hambre física si no hubiera sido por la ayuda extranjera. Los préstamos exteriores para conseguir las importaciones esenciales de alimentos vinieron en primer lugar de los países escandinavos simpatizantes, con lazos históricamente cercanos con Islandia. El gobierno instituyó las regulaciones y controles de tipos de cambio para limitar el uso de moneda extranjera para la compra de importaciones nuevamente preciosas, como alimento, medicinas y petróleo.
¿Qué hizo posible ese auge y declive? Los análisis superficiales comunes de la crisis económica islandesa han replicado los análisis ofrecidos para la crisis mundial. Tanto analistas como periodistas han echado la culpa de la crisis a los sospechosos habituales: banqueros avariciosos, advenedizos sin experiencia, una élite política corrupta, la desregulación del sistema financiero o, más en general, los males del capitalismo. Igualmente, algunos comentaristas y economistas[3] han echado la culpa de la crisis islandesa a la desregulación financiera de la década precedente. Gumbel sostiene que la debacle la causó el programa de libre mercado de Davíð Oddsson, primer ministro de 1991 a 2004 y autoproclamado fan de Milton Friedman.
El problema de esta explicación es Islandia no podría calificarse de un mercado libre, aunque forzáramos de cualquier manera el lenguaje.[4] En 2007, antes de que estallara la crisis, los impuestos islandeses y las contribuciones a la seguridad social eran los novenos entre las naciones de la OCDE (41,1% del PIB).
La crisis particular de Islandia y la general del mundo se causaron por las manipulaciones de los bancos centrales y organizaciones intergubernamentales. Así que el análisis final es que fueron las acciones de los gobiernos las que produjeron el colapso financiero de Islandia. Aunque algunos apunten a la supuesto independencia de los bancos centrales respecto de los gobiernos de sus naciones, pocos pueden discutir que el Banco Central de Islandia, con dos de sus tres gobernadores nombrados de forma directa por políticos, pueda ser nada más que un engranaje en la maquinaria política.[5] En resumen, las causas del colapso financiero de Islandia son las mismas causas que explican la crisis financiera mundial de 2008. La principal diferencia en el caso islandés es su magnitud. El Islandia, las distorsiones económicas fueron extremas, haciendo a la estructura financiera del país particularmente propensa a derrumbarse. Además, el caso islandés contiene un ingrediente especial que produjo un acontecimiento extremadamente raro para una nación desarrollada, la quiebra soberana, posible en primer lugar.
Durante el auge, el marco fiscal de Islandia fue ineficaz en recortar el gasto público.[6] Los gobiernos locales y nacional sobrepasaban habitualmente sus presupuestos. Los excesos presupuestarios se convirtieron en norma en el parlamento islandés, el Althing, con pocas repercusiones importantes. Este desequilibrio fiscal se convirtió en un pilar del sector público islandés.
En los diez años que llevaron al colapso financiero islandés, hubo fantásticas liberalizaciones en la economía mundial a medida que la globalización se extendía por el planeta. Los beneficios de estos cambios fueron amplios, con poca gente no afectada. Sin embargo las liberalizaciones vinieron acompañadas de varias intervenciones destacadas que compensaron sus efectos.
Inmediatamente después del colapso financiero de Islandia a finales de 2008, se preguntó al jefe de la misión islandesa del Fondo Monetario Internacional, Poul Thomsen: “¿Qué falló en Islandia?” Respondió que la causa raíz fue que se permitió desarrollarse un sistema bancario demasiado grande.[7] Thomsen continuaba apuntando que, después de que el gobierno islandés completó la privatización del sector bancario en 2003, los bancos aumentaron su activos de un 100% del PIB islandés a más del 1.000%. Aunque echara la culpa de la situación actual a esta situación percibida como insostenible, Thomsen no planteaba la pregunta de por qué pudieron los bancos expandirse tan rápidamente.
Las razones reales para el colapso de Islandia residen en las instituciones del estado y en las intrusiones por parte del estado en el funcionamiento de la economía, junto con las instituciones intervencionistas de los sistemas monetarios nacionales e internacionales. La crisis irlandesa es el resultado de dos prácticas bancarias que, en combinación, resultaron ser explosivas: una excesivo descalce de plazos y de divisas. Aunque estas dos actividades, especialmente el descalce de plazos, son ubicuas en las finanzas modernas, se llevaron a niveles muy extremos en Islandia y otros países, haciendo especialmente frágil al sistema financiero islandés.
Los niveles de deuda corporativa excedían el 300% del PIB en Islandia en 2007, más de cuatro veces el nivel de Estados Unidos (ver Tabla 1). El sector financiero islandés financiaba aproximadamente dos tercios de esta deuda y el 70% de ella era en moneda extranjera. Más del 60% de la deuda externa de Islandia era a corto plazo y el 98% de ella correspondía al sector bancario. Aunque la mayoría de esta deuda en moneda extranjera se usaba para financiar inversiones extranjeras, las compañías islandesas sin operaciones en el exterior poseían una parte grande y creciente de dicha deuda.[8]

El sistema se debilitó aún más por la existencia de una institución que sirve para rescatar a las naciones soberanas a un nivel internacional, el Fondo Monetario Internacional (FMI). La garantía implícita de apoyo del Fondo reducía la prima de riesgo y la volatilidad de los tipos de cambio y esto, a su vez, inducía a la gente de todo el mundo a aumentar la financiación en moneda extranjera. La corona disfrutó del dudoso beneficio de ser una de las divisas más estables a las que se dirigieron los inversores. Consecuentemente los bancos islandeses pasaron de denominar sus deudas en coronas a asumir pasivos extranjeros patrocinados por la expansión internacional del crédito.
Las consecuencias de este arbitraje dual de riesgo de plazos y moneda extranjera resultará ser letal. Las malas inversiones y el consiguiente traslado de recursos al sector financiero prepararon el camino al colapso. Una mayor cantidad de financiación en moneda extranjera alimentó las malas inversiones que la autoridad monetaria no pudo relajar. La presión de liquidez internacional del otoño de 2008 hizo estallar la burbuja financiera. El Banco Central de Islandia y el gobierno trataron de actuar como prestamistas de último recurso y fracasaron. La economía se derrumbó.
A pesar de las penalidades de los pasados dos años, hay brotes verdes que podrían crecer y florecer. La recuperación no es imposible, aunque requerirá privaciones y perseverancia. Al final de este libro, indicaremos una vía para la recuperación.
David Howden es profesor auxiliar de economía en la Universidad de St. Louis en su campus de Madrid y ganador del Premio Douglas E. French del Instituto Mises.
Este artículo se ha extraído del capítulo 1 de Deep Freeze: Iceland's Economic Collapse (Ludwig von Mises Institute, 2011).




[1] Armann Thorvaldsson, Frozen Assets: How I Lived Iceland's Boom and Bust (Chichester, U.K.: John Wiley and Sons, 2009), p. 147.
[2] Statistics Iceland.
[3] Peter Gumbel, “Iceland: The Country That Became a Hedge Fund”, CNN Money (4 de diciembre de 2008) y Paul Krugman, “The Icelandic Post-Crisis Miracle”, The New York Times (30 de junio de 2010).
[4] Philipp Bagus y David Howden, “Iceland's Banking Crisis: The Meltdown of an Interventionist Financial system”, Ludwig von Mises Institute, Artículo diario (9 de junio de 2009).
[5] Roger Boyes, Meltdown Iceland: Lessons on the World Financial Crisis from a Small Bankrupt Island (Nueva York, Berlín, Londres: Bloomsbury USA: 2009), p. 114.
[6] Robert Tchaidze, Anthony Annett y Li Lian Ong, “Iceland: Selected Issues”, IMF Country Report no. 07/296. (2007), p. 15.
[7] Camilla Andersen, “Iceland Gets Help to Recover from Historic Crisis”, IMF Survey Magazine 37, nº 12 (2 de diciembre de 2008).
[8] Jaime Caruanna y Ajai Chopra, “Iceland: Financial System Stability Assessment-Update”, IMF country Report no. 03/368 (2008), pp. 9-10.
[9] Datos de 2005.
[10] Pasivos financieros

En defensa del anarquismo racional

En defensa del anarquismo racional

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Escrito por George H. Smith en Post-Objectivism. Traducido por Alejandro Veintimilla y Gerardo Caprav para Anarquista 101

George H. Smith explora la historia del pluralismo jurídico, la lógica interna y el subjetivismo de la soberanía estatal, y el significado y las consecuencias de la justicia objetiva, llegando a la conclusión de que el concepto de Ayn Rand de gobierno es una “oveja con piel de lobo” y que Rand, en realidad, era una defensora del anarcocapitalismo.

El anarquismo es una teoría de la sociedad en la cual la justicia y el orden social son mantenidos sin el Estado (o gobierno). Muchos anarquistas del movimiento libertario (incluyéndome) fuimos profundamente influenciados por las teorías epistemológicas y morales de Ayn Rand. De acuerdo a estos anarquistas, los principios de Ayn Rand, si son aplicados consistentemente, necesariamente rechazan el gobierno desde el punto de vista moral.

A esto lo llamo anarquismo racional, porque se asienta en la creencia que somos completamente capaces, usando la razón, de discernir los principios de la justicia; y de que somos capaces a través de persuasión racional y acuerdos voluntarios, de establecer cualquier institución que sean necesaria para mantener el orden y la justicia. Justamente porque ningún gobierno puede ser establecido por acuerdos mutuos y racionales, a todos los objetivistas les corresponde rechazar dicha institución por ser injusta tanto en la teoría como en la práctica.

Aunque en ciertas ocasiones conviene distinguir entre los términos “Estado” y “gobierno”, tal distinción es irrelevante en la presente discusión, entonces usaré los términos intercambiablemente. Basándome la clásica discusión del sociólogo historiador Max Weber, definiré el “Estado” como una comunidad humana que (exitosamente) se adjudica el monopolio del uso legal de la fuerza física dentro de un territorio dado.

El Estado se confiere el poder exclusivo de desarrollar legislaciones, adjudicarse disputas legales, aplicar leyes, etc., mientras que coercitivamente previene que otros individuos y asociaciones se embarquen en dichas actividades. El Estado, en otras palabras, mantiene un monopolio coercitivo sobre la aplicación de la justicia. Este último poder de decisión es conocido políticamente como “soberanía”. En palabras del historiador A.P d”Entreves, “el problema del nacimiento del Estado moderno no es otro que el problema del surgimiento y la aceptación definitiva del concepto de soberanía”.

El concepto de soberanía es el punto crítico en el actual debate entre anarquistas y minarquistas (un término acuñado por Sam Konkin para los que abogan por un gobierno mínimo y limitado). El problema fundamental es el siguiente: ¿En que se basa la idea de “soberanía” y como puede ser justificado? Este es un tema especialmente difícil para aquellos que siguen a Locke y abogan por el minarquismo, que, en este contexto, incluye a los seguidores de Ayn Rand.

John Locke (como Ayn Rand) creía que todos los derechos les pertenecen a los individuos. No hay “derechos comunes” que existan por separado de los derechos individuales. Los derechos de todos los grupos (incluyendo del grupo que se llama a sí mismo “gobierno”) deben estar basados, o deben ser derivados, de los derechos individuales.

A este acercamiento lo llamo reduccionismo político, ya que señala que los derechos soberanos de un gobierno deben ser reducibles a los derechos individuales. El reduccionismo político se opone a la teoría de la aparición política (“political emergence”), que sostiene que por lo menos un derecho (normalmente el derecho a hacer cumplir los preceptos de la justicia) no pertenece originalmente a los individuos, sino que surge solamente en sociedades civilizadas bajo un gobierno.

Ahora, habiendo presentado lo anterior como material de base, me dispongo a señalar algunos puntos claves para el debate minarquista-anarquista.

Ayn Rand y la tradición del contrato social

De acuerdo a John Locke, cada persona en un estado anárquico poseería el “poder ejecutivo” de aplicar sus propios derechos en contra de las acciones agresivas de otros. Pero, debido a varias “inconveniencias” (como una preferencia hacia uno mismo cuando se actúa como juez personal), Locke argumentó que las personas racionales de forma unánime aceptarían dejar tal “estado natural” y unirse a una “sociedad civilizada”, que usaría la regla de la mayoría para decidir el tipo de gobierno, como monarquía constitucional, democracia, y más.

Este “contrato social” es la explicación Locke explicó nuestra obligación para obedecer el soberano político. Comenzando con los derechos de los individuos, Locke trataba de demostrar cómo el poder ejecutivo que hará cumplir estos derechos naturales estaría delegado, por un proceso de consentimiento, al gobierno. La creencia en un gobierno por consentimiento en la Norteamérica del Siglo XVIII fue debido principalmente a John Locke.

Ayn Rand defiende una doctrina de consentimiento en varios ensayos, aunque jamás explicó cómo este consentimiento debería manifestarse—por ejemplo, si debería ser explícito o meramente tácito (como creía Locke). Tampoco explicó precisamente cuales derechos están delegados al gobierno y cómo están transferidos. Así que aunque parece que Rand sigue la tradición del contrato social (por lo menos generalmente), no es tan clara su posición sobre la esencia y el método de consentimiento político. Espero sinceramente que algunos de sus seguidores minarquistas puedan arrojar luz sobre este tema.

La teoría del consentimiento contra la teoría gubernamental

Varios críticos de John Locke—como David Hume, Josiah Tucker, Adam Smith, Edmund Burke, y Jeremy Bentham—argumentaron que la lógica interior de la teoría de consentimiento, al aplicarse consistentemente, lleva a la anarquía. Dichos críticos señalaron que ningún gobierno jamás se ha creado por consentimiento, y que hay razón para suponer que los individuos, al poseer completamente sus derechos naturales, se subordinarían voluntariamente a un gobierno.

Estoy de acuerdo tales críticas. Si aceptamos la premisa de que los individuos (y únicamente los individuos) poseen derechos iguales y recíprocos, y también si insistimos en que los individuos deben consentir el vivir bajo un gobierno, y si condenamos como ilegítimos a los gobiernos que mandan sin consentimiento—así, todos los gobiernos, pasados y actuales, han sido ilegítimos.

Es más, diría que los Objetivistas, si desean ser fieles a la doctrina del consentimiento, deben abarcar este tipo de “anarquismo práctico” y condenar a todos los gobiernos históricos como injustos. Aunque los Objetivistas insisten en que el gobierno puede ser justificado teóricamente—sin embargo nadie (hasta lo que conozco) ha desarrollado un criterio adecuado— dicho gobierno legitimado jamás ha existido. Y no puede existir sino en lo que Edmund Burke llama el terreno “fantástico de la filosofía”. Como decía Josiah Tucker (un contemporáneo de Burke), la teoría de consentimiento del gobierno es “el destructor universal de todos gobiernos, pero el constructor de ninguno.”

John Locke identificó dos problemas fundamentales que deben ser considerados por un filósofo político. Primero, ¿Cuál es la justificación del Estado? Segundo, suponiendo que podemos justificar el Estado teóricamente, ¿Cuáles son los estándares con los cuales podemos juzgar la legitimidad de un gobierno? Normalmente los minarquistas discuten la primera cuestión, mientras ignoran la segunda.

Si se me preguntara qué podría cambiar mi parecer y justificar la existencia de un gobierno. Respondería lo siguiente: “Si creyera en el Dios Cristiano, y creyera que éste me ha enviado un grupo de ángeles para hablar personalmente conmigo, si los ángeles me dijeran que el Estado es una institución divina, establecida por Dios para la protección de los seres humanos, y si estos ángeles me dirían que el anarquismo desembocaría en la muerte y en la destrucción, entonces, bajo dichas circunstancias, abandonaría el anarquismo en favor del minarquismo.”

Aún así es necesario considerar un punto importante no atendido por mi citada justificación del Estado. Aunque crea que el Estado puede ser justificado, como institución, no poseería estándares específicos para discernir si el gobierno auto proclamado es de hecho un gobierno legítimo, o si se trata de una banda de usurpadores y opresores que clama actuar en nombre de una institución divina.

Supongamos que como una solución a este último problema, los ángeles me comuniquen un estándar claro e inconfundible: “Podrás distinguir a los gobernadores legítimos por visibles aureolas sobre sus cabezas. Solamente ésta característica señalará a aquellos que están autorizados por Dios para actuar en representación del Estado”. Después de observar a los funcionarios de los gobiernos existentes, y al no encontrar ninguna aureola, concluiría que ninguno de los que actualmente se atribuyen la representación del Estado esta moralmente autorizado para ello. Es más, diría que los Estados Unidos están actualmente en un estado de anarquía, ya que no existe un gobierno legítimo. Entonces, como minarquista devoto, dedicaría mi vida a abolir el malvado “gobierno” y exponer a los políticos “satánicos” que de manera fraudulenta se establecen como funcionarios de aquella institución divina, el Estado.

Este es el tipo de “anarquismo práctico” que los Objetivistas deberían adoptar. Donde las aureolas sustituyen el consenso como un signo de un gobierno legítimo. Y, como las aureolas, el consenso no se puede encontrar en gobiernos de la vida real. Es decir, mientras defienden al Estado en teoría, los minarquistas de consenso deberían oponerse a todos los gobiernos existentes en la práctica. Y, me atrevería a decir, podría vivir con este tipo de minarquismo sin reparos, ya que es más fácil que nos visiten los ángeles a que encontremos un gobierno basado en consenso.

Ayn Rand, anarquista

Mi siguiente punto probablemente cause que me etiqueten como un pervertido psico-episitemológico, pero aquí esta: Estoy convencido de que Ayn Rand era sustancialmente una anarquista. Como máximo diría que era una gobernamentalista nominal. Si el significado convencional de la palabra cuenta en algo, entonces el ideal de “gobierno” de Rand es en verdad la ausencia total de gobierno, es decir, es apenas una oveja disfrazada de lobo.

¿Como puedo llegar a esta conclusión descabellada? Me baso en la oposición moral de Rand a los impuestos obligatorios. El poder de los impuestos coercitivos, como menciona Alexander Hamilton en “The Federalist Papers” es el líquido vital del gobierno. De hecho, el gran debate sobre la ratificación de la constitución de Estados Unidos se centró en si debía o no tener el gobierno el poder de imponer impuestos. Los Artículos de la Confederación le reservaban este poder a los estados, privándoselo al congreso. Muchos Anti-Federalistas se opusieron a la Constitución porque entendieron que el gobierno federal, dado el poder de recoger impuestos directamente de la gente, le quitaría a los estados su propia soberanía.

Si los participantes de este debate se hubieran enfrentado al argumento a favor de un “pago voluntario de impuestos” de Rand, primeramente lo hubieran señalado como una contradicción en términos (que es), y en segundo lugar, como un rechazo a la soberanía del gobierno en conjunto (que también es). Virtualmente cada uno de los defensores de la existencia del gobierno -desde John Locke a Thomas Jefferson a Ludwing von Mises- ha reconocido a la imposición coercitiva de impuestos como la un componente esencial para la “soberanía”, un poder sin el cual ningún gobierno verdadero podría existir.

El principio de “pago voluntario de impuestos” reduce al concepto de “gobierno” de Rand a una empresa de protección dentro de un libre mercado, la cual, como todos los negocios, debe satisfacer a sus consumidores o cerrar. ¿Qué mecanismo existe para impedirle a un cliente insatisfecho el quedarse con sus dinero en un “gobierno” Randiano, mientras se subscribe a los servicios de otra agencia? ¿Porqué no puede un terrateniente (o un grupo de terratenientes), negarse a pagar por los servicios de su “gobierno Randiano” si los consideran ineficientes, y cambiar de proveedor?

El derecho a pagar o no pagar por servicios de acuerdo al propio juicio, es una característica del mercado libre y no tiene relación, teórica o histórica, con la institución de gobierno. No hay manera de que un gobierno pueda mantener su poder soberano -su monopolio sobre el uso legítimo de la fuerza- si no posee el poder de gravar obligatoriamente.

Cuando el minarquista del siglo XIX, Auberon Herbert, propuso su teoría del “pago voluntario de impuestos”, fue aclamado por los anarquistas, incluyendo a Benjamin Tucker, quien lo señaló como uno de los suyos. Pero fue condenado por sus compañeros minarquistas, como Herbert Spencer, quien correctamente señaló tal posición como indistinguible del anarquismo. De la misma manera, la posición de Rand en el tema de impuestos la sitúa en el campo de los anarquistas, a pesar de su uso idiosincrático de la palabra “gobierno”. Debemos concentrarnos en este debate en el concepto de gobierno y sus características esenciales, no en el uso específico de un escritor en particular.

Justicia objetiva vs Monopolio legal

Yo defiendo el anarquismo, o la idea de una sociedad sin Estado, porque creo que la gente inocente no puede ser forzada a rendir ninguno de sus derechos naturales. Aquellos que desean delegar ciertos derechos a su gobierno son libres de hacerlo, siempre y cuando no violen los derechos de disidentes que eligen no unirse a su gobierno.

Como Ayn Rand dijo, una persona no puede disponer de la vida de otras personas. Esto es precisamente lo que un gobierno intenta hacer. Un gobierno inicia la fuerza física (o la amenaza de la fuerza) para prohibir a otra gente el actuar en su derecho de aplicar la justicia. (O todas las personas tienen este derecho ejecutivo, o nadie lo tiene, de acuerdo al principio del reduccionismo político.) Un gobierno, mientras realiza ciertas actividades que declara justas, coercitivamente previene que otras personas realicen las mismas actividades.

¿Me pregunto, en términos morales, un gobierno debe poseer estos derechos exclusivos? A un gobierno no se le puede conferir la justicia sobre una acción que sería injusta si realizada por alguien más. Tampoco puede un gobierno, por la fuerza o por decreto, declarar una acción como injusta si es realizada por alguien más cuando es realizada por alguien más cuando la señala como justa cuando la lleva a cabo el gobierno mismo. Los principios de la justicia son objetivos y consecuentemente universales; aplican equitativamente y sin excepción a cada ser humano, como cada precepto racional y procedimiento. Un cómputo matemático, por ejemplo, no puede ser correcto cuando es realizado por un gobierno e incorrecto cuando lo hace alguien más. Un silogismo deductivo, si es válido bajo el gobierno, debe ser también válido cuando es realizado por alguien más. El asesinato, si está mal cuando es cometido por un individuo, está igualmente mal cuando lo comete un gobierno.

De la misma manera, una actividad, si es moral cuando la lleva a cabo el gobierno, es igualmente moral cuando lo hace alguien más. Todo esto debe parecer obvio para aquellos que concuerdan con los principios propuestos por Ayn Rand. Si, como consecuencia, los principios de la justicia son objetivos (es decir, sometibles a la razón humana), entonces un gobierno no puede reclamar el uso legítimo sobre la fuerza como no puede reclamar un monopolio sobre la razón.

Aquellos minarquistas que claman que la justicia sólo puede prevalecer bajo un gobierno deben implícitamente defender la visión de que la justicia es o subjetiva o intrínseca. Si la justicia es subjetiva, si varia de una persona a la otra, entonces el gobierno puede ser defendido como necesario para establecer reglas objetivas. De la misma manera, si la justicia es intrínseca al gobierno mismo, si cualquier decreto gubernamental es necesariamente justo, entonces un gobierno puede ser justificado automáticamente.

Sin embargo, si la justicia no es ni subjetivo ni intrínseca, pero objetiva. Es decir, si puede ser derivada por métodos racionales de la naturaleza humana y de los requerimientos para una existencia social, entonces los principios de la justicia son cognoscibles para toda persona racional. Esto significa que ninguna persona, grupo de personas, asociación o institución conocida como “gobierno”, “Estado” o cualquier otro nombre, puede reclamar completamente un monopolio legal en materia de repartir justicia.

El Anarquismo racional, en resumen, es simplemente la aplicación de la teoría de Ayn Rand del entender racional en el campo de la justicia.

Soberanía del Estado vs Soberanía de uno mismo

Hasta donde yo sé, el primer ataque sostenido sobre el pluralismo legal fue de Marsilius de Padua en el siglo catorce. En su “Defensor de la Paz”, Marsilius atacó el pluralismo legal de sus días, especialmente en lo que concernía a la autoridad política de la iglesia, sostuvo que una autoridad, solo una, debía tener poder soberano en un territorio dado.

En su defensa, Marsilius argumentó que negar el derecho a la soberanía conlleva a una contradicción lógica. Alguien, cualquier persona, asociación o institución, debe tener la autoridad para dar un veredicto final en un sistema legal que funcione. Uno de los ejemplos más interesates de Marsilius fue el siguiente:

Supongan que dos “gobiernos en competencia” (usando la confusa terminología de Ayn Rand) reclaman jurisdicción sobre el mismo territorio, y supongan que los dos tienen el derecho de expedir citaciones obligatorias que requieran a una persona aparecer en una corte en un día dado. Además, supongan que uno recibe citaciones de las dos agencias demandando que me presente en la corte al mismo tiempo. Como es imposible estar en dos lugares al mismo tiempo, es imposible obedecer a los dos gobiernos simultáneamente.

Esto entra en conflicto con nuestra premisa inicial, que las dos agencias posean el derecho a expedir citaciones, ya que lógicamente debo desobedecer a al menos uno de dichos gobiernos.

No conozco la posición oficial objetivista sobre las citaciones, pero la lógica del argumento precedente puede fácilmente acomodarse a otros ejemplos. Lo importante aquí es el razonamiento detrás del “argumento de la lógica de la soberanía”, como es llamado en ciertos casos. Este argumento ejerció una influencia considerable después del año 1576, cuando Jean Bogin lo usó para defender la monarquía absoluta. También fue usado para el mismo propósito en el siglo diecisiete por Sir Robert Filmer (adversario a muerte de Locke) y por Thomas Hobbes.

No es meramente accidental que el argumento de la lógica de la soberanía haya tenido buena acogida entre los defensores del absolutismo mientras recibía fuertes críticas por parte de John Locke y otros representantes de la teoría del gobierno limitado. Para consideración: ¿Si el soberano (un individuo o un grupo de individuos) es el árbitro final en lo que compete a repartir justicia, entonces como puede rendir cuentas el soberano mismo cuando comete actos de injusticia? Los absolutistas sostenían que éste no puede ser juzgado por autoridad humana, el soberano no le rendiría cuentas a nadie, “solamente a Dios”.

El poder soberano, desde este punto de vista, debe ser absoluto (incondicional), ya que por definición no hay otra autoridad sobre él. Consecuentemente, el soberano está ubicado sobre la ley, no por debajo de ella, lo cual significa que no puede existir el derecho a la resistencia y a la revolución para las personas. Abogar a favor de una “soberanía dividida” de acuerdo a Filmer, Hobbes y otros absolutistas, es abogar a favor de la anarquía.

No puedo citar las varias maneras en las que Locke y otros minarquistas trataron de sortear el argumento de la lógica de la soberanía, pero creo que los absolutistas estaban filosóficamente mejor ubicados. O un gobierno posee poder soberano, o no lo posee. La soberanía es un tema de todo o nada. Y, si esto es cierto, entonces ninguna persona tiene el derecho a resistirse al soberano por más injustas que sus acciones parezcan. ¿A quién le corresponde decidir si las leyes son injustas, sino al soberano mismo? ¿A quién le corresponde decidir si un derecho ha sido violado, sino a un gobierno soberano en su rol de árbitro final?

En cualquier disputa entre un gobierno soberano y sus sujetos, el gobierno mismo debe decidir quién está en lo correcto; y, como sugirió Locke, el soberano, como cualquier otra persona, se sentirá inclinado a fallar a su favor. En consecuencia, me gustaría saber como aquellos objetivistas que usan el argumento de la lógica de la soberanía como un arma contra el anarquismo pueden evadir la fácil caída en el absolutismo.

Si se me arresta por fumar droga o por leer un libro prohibido (como La rebelión de Atlas), tendré el derecho a resistir a mi encarcelación?

Si la respuesta es “no”, entonces se está defendiendo el absolutismo. Si la respuesta es “si”, entonces ¿Dónde quedó el poder soberano del gobierno para expedir decisiones finales en temas de justicia? Ya que al resistir al gobierno en este caso se está actuando claramente como juez para sí mismo.

Ayn Rand escribió alguna vez que el gobierno se vuelve tiránico cuando intenta suprimir la libertad de discurso y de prensa, pero, ¿Quién decide cuando esta línea se ha cruzado, sino el mismo gobierno soberano? Seguramente no veremos personas como Ayn Rand dando vueltas y condenando a ciertas leyes como injustas y llamando a la desobediencia pública porque esto nos llevaría a la anarquía. No podemos predicar la soberanía cuando encaja con nuestros propósitos y oponernos a ella cuando no nos gustan ciertas leyes en particular. Esto socavaría la racionalidad de la soberanía misma, específicamente en que los temas legales no pueden ser dejados a la discreción de individuos. La doctrina de los derechos naturales, como los que se oponen a la teoría del consenso señalan repetidamente, es inherentemente anarquista. Burke llamó a los derechos naturales como “síntesis de la anarquía”, mientras Bentham los castigo como “falacias anárquicas”.

Si en algún punto los objetivistas están dispuestos a admitir que los individuos deben tener el derecho a resistirse a una ley injusta o a remover un gobierno despótico, entonces estarían aceptando la premisa básica del anarquismo: Que la soberanía verdadera se encuentra en cada individuo y que éste tiene el derecho a aceptar la justicia de una ley en particular, procedimiento o gobierno.

No puede existir (por consentimiento lógico) punto medio entre soberanía del Estado y soberanía del individuo, entre absolutismo y anarquismo. Personalmente defiendo la soberanía individual del anarquismo. Si los objetivistas no entienden cómo puedo defender al individuo como la “autoridad final en la ética”, les recomiendo leer el ensayo de Ayn Rand sobre este tema.

La lógica de la Soberanía del Estado vs Justicia objetiva

En más de veinticinco años de debate con minarquistas Randianos, he encontrado pocos de ellos que parecen conocer que el argumento de lógica de la soberanía ha sido un tema central en la teoría política por cerca de cuatro siglos. Aquellos a los que les es familiar su larga historia, entienden que este argumento siempre ha sido usado para defender y expandir el poder absoluto del gobierno.

En los “Federalist Papers”, por ejemplo, Madison y Hamilton repetidamente usaron la lógica de la soberanía para defender poderes amplios y discrecionales para el gobierno federal, entre estos, intentaron probar que no podía ponerse un límite lógico para el poder de imponer impuestos del Congreso. De hecho, Hamilton insiste en que un poder “discrecional” para imponer impuestos puede ser deducible lógicamente del axioma de la soberanía, Madison defiende la misma posición.

Como dice el dicho, si te acuestas con perros, te levantas con pulgas. Los minarquistas que se acercan al argumento de la “lógica de la soberanía”, son infectados con las pulgas del absolutismo, aparentemente no lo han notado o no les importa.

Nuestra primera preocupación debería ser alrededor de la justicia del sistema legal. Es decir, cuales leyes son las que se aplican, no quién las aplica. Esta teoría de justicia puede ser establecida por estándares objetivos del derecho.

Si el sistema legal de una agencia (privada o gubernamental) es establecido en verdaderos estándares objetivos, y si, por competencia, se da un intento de forzosamente derrocar este sistema legal, remplazándolo con uno menos efectivo. Entonces la agencia inicial podría resistirse al nuevo sistema, señalando sus intentos de violar los derechos individuales.

Sin embargo, el derecho de hacer a un lado a la nueva agencia no quita la necesidad de un árbitro final. Es la simple aplicación del derecho individual, ya que un individuo sólo o en conjunto con otros tiene el derecho de rechazar el despotismo, cualquiera fuera su fuente. El tema pertinente no es si se necesita o no un monopolio coercitivo para aplicar la justicia, sino si se pueden determinar los parámetros de la justicia por métodos objetivos, y si existe el derecho de resistirse por la fuerza a un sistema que quiera establecer un sistema considerado injusto.

Esto está directamente relacionado al derecho a la defensa propia, manifestados en los derechos libertarios de resistencia y revolución. No tiene relación con la necesidad supuesta de un árbitro final.

Los Objetivistas, si buscan mantenerse leales a los derechos defendidos por Ayn Rand, deben acordar con los anarquistas en que la legitimidad legal de un gobierno en particular depende, no en las declaraciones subjetivas de tal gobierno, sino en una medida verdadera de su sistema legal, evaluado por un criterio objetivo.

Si un sistema legal es objetivamente justo, entonces la agencia que lo aplica (gubernamental o privada) se vería capacitado para efectivamente desincentivar una “competencia” por parte de un sistema legal injusto, gubernamental o privado. Sin embargo, si el competidor trabaja dentro de un marco legal justo (tal vez diferenciándose del otro en temas de procedimiento), entonces tal competidor probablemente no sea impedido de ofrecer contratos a potenciales clientes.

El argumento de la “lógica de la soberanía” es válido solamente dentro del marco teórico subjetivo de la justicia, donde un árbitro coercitivo debe prevalecer cuando la razón no pueda. Dentro de la teoría objetiva de la justicia, sin embargo, lo que parecería desde el punto de vista minarquista (equivocadamente) como la “lógica de la soberanía” (el derecho a forzosamente eliminar agencias injustas) no tiene nada que ver con la supuesta necesidad de un árbitro final, tiene que ver con la aplicación del derecho individual a la defensa propia.

Los minarquistas, después de haber notado que la teoría objetiva de la justicia puede generar el derecho a excluir agencias competitivas en algunos casos (específicamente cuando una agencia es injusta), erróneamente concluyen que tal derecho fluye directamente de la soberanía política. Pero la soberanía exige la exclusión de agencias competidoras en todos los casos, aún si un competidor es mucho más justo que la institución soberana misma. La soberanía, basada en su subjetividad, no puede discriminar lógicamente entre sistemas legales justos e injustos, por ende se transforma “de facto” cualquier gobierno en soberano – operando, de hecho, bajo la máxima de Alexander Pope: “Cualquier cosa que sea, es lo justo”. Esta es la razón por la cual la teoría de la soberanía y su escondido absolutismo siempre han negado el derecho a la resistencia y a la revolución.

Un sistema de justicia objetiva, por el contrario, nos permite discriminar entre la iniciación de la fuerza y el uso de la fuerza como respuesta. De este modo proporcionando un método racional para la persona, agencia o gobierno que reclame el uso legal de la fuerza. Además, un sistema de justicia objetiva defina y sanciona el uso defensivo de la violencia, que han sido descritos por la teoría libertaria como los derechos a la resistencia y a la revolución.

Estos derechos, derivados del derecho individual a la defensa propia, pueden justificar la cancelación de cualquier agencia o gobierno que busca imponer un sistema legal injusto. Y, aunque tal cancelación de la “competencia” tenga un parecido con la eliminación de toda la competencia (justa o injusta), esto no debería confundir a Objetivistas y libertarios y hacerlos suponer que las dos acciones – la una por parte de un gobierno soberano, la otra por parte de una agencia privada de justicia – están basadas en la misma justificación.

La primera (la cancelación en las manos de un gobierno soberano) tiene sus raíces en el subjetivismo político (o relativismo), y no tiene relación con la justicia o injusticia de la agencia suprimida. La segunda (la cancelación en las manos de una agencia de justicia) está basada en el objetivismo político y solamente puede eliminar agencias y gobiernos injustos. El primer poder es justificado por la soberanía política, un derecho que no puede ser reducido a los derechos individuales. La primera implica un poder basado en el derecho a la defensa propia, un derecho que posee de igual manera cada individuo y puede ser delegado (o no) a una agencia especializada. La primera teoría desemboca necesariamente en absolutismo y no puede ser reconciliada con un acuerdo común. La segunda genera agencias cuyo poder es específicamente limitado a la delegación consensual de los derechos de los individuos.

Como he dicho anteriormente, en última instancia debemos decidir entre soberanía estatal y soberanía personal, entre absolutismo y anarquía, entre decretos subjetivos y justicia objetiva. No existe terreno medio en esta lógica.

Intervencionismo

Estamos presentando el ciclo de 6 conferencias dictadas por el Profesor Ludwig von Mises en 1959 en Buenos Aires, Argentina. La tercera conferencia:

Intervencionismo

Una frase famosa, citada muy a menudo, dice: ‘El mejor gobierno, es el que gobierna menos’ Yo no creo que esto sea una correcta descripción de las funciones de un buen gobierno. El Gobierno debiera hacer todas las cosas para las cuales se lo necesita y para las cuales fue establecido. El Gobierno debiera proteger a los habitantes del país contra los violentos e ilegales ataques de los bandidos y debiera defender el país contra los enemigos foráneos. Estas son las funciones del Gobierno dentro de un sistema de libertad, dentro del sistema de economía de mercado. Bajo el socialismo, desde luego, el Gobierno es totalitario, y no hay nada fuera de su esfera y de su jurisdicción. Pero en la economía de mercado la principal tarea del Gobierno es proteger el aceitado funcionamiento de la economía de mercado contra el fraude y la violencia que provengan de adentro o de fuera del país.

La gente que no esté de acuerdo con esta definición de las funciones del Gobierno podría decir: ‘Este hombre odia el Gobierno’ Nada estaría más lejos de la verdad. Si yo dijera que la gasolina es un líquido muy útil, útil para muchos propósitos, pero que nunca bebería gasolina porque creo que no sería un uso correcto, no soy un enemigo de la gasolina, y no odio la gasolina. Digo solamente que la gasolina es muy útil para ciertos propósitos, pero no es adecuada para otros. Si digo que es el deber del Gobierno arrestar a los asesinos y a otros criminales, pero que no es su deber manejar los ferrocarriles y dilapidar dinero en cosas inútiles, entonces no odio el gobierno porque declare que es adecuado para hacer ciertas cosas pero no es apropiado para hacer otras.

Se ha dicho que bajo las condiciones actuales ya no tenemos más una economía de libre mercado. Bajo las condiciones actuales tenemos algo llamado la ‘economía mixta’. Y como evidencia de nuestra ‘economía mixta’ la gente señala las muchas empresas que son propiedad del Gobierno, y por él son operadas. La economía es mixta, dice la gente, porque en muchos países hay ciertas entidades – como los teléfonos, el telégrafo, los ferrocarriles – que son propiedad del y son operadas por el Gobierno. Que algunas de estas entidades y empresas son operadas por el Gobierno, ciertamente es verdad. Pero este solo hecho no cambia el carácter de nuestro sistema económico. Ni siquiera significa que hay un ‘pequeño socialismo’ dentro de la que – de cualquier otra manera – es una economía no socialista, de mercado libre. Ya que el Gobierno, operando estas empresas, está sujeto a la supremacía del mercado, lo que significa que está sujeto a la supremacía de los consumidores. El Gobierno – si opera, digamos, el correo o los ferrocarriles – tiene que contratar gente para trabajar en cestas empresas. También debe comprar las materias primas y otros bienes que necesite para el manejo de estas empresas. Y, por otra parte, ‘vende’ estos servicios o bienes al público. Pero, aún cuando opera estas entidades utilizando los métodos del sistema económico libre, el resultado – como norma – es un déficit. El Gobierno, sin embargo, está en situación de financiar dicho déficit – al menos los miembros del Gobierno o del partido gobernante así lo creen.

Ciertamente, es diferente para un individuo. El poder del individuo para operar algo, con déficit, es limitado. Si el déficit no es rápidamente eliminado, y si la empresa no se convierte en rentable (o al menos muestra que no se incurrirá en pérdidas adicionales, debidas a un déficit), el individuo va a la quiebra y la empresa debe liquidarse. Pero para el Gobierno las condiciones son diferentes. El Gobierno puede tener permanentemente un déficit, porque tiene el poder degravar con impuestos a la gente. Y si los contribuyentes están dispuestos a pagar más altos impuestos para hacer posible al Gobierno operar una empresa a pérdida – esto es, de una manera menos eficiente en que lo haría una institución privada – y si el público acepta esta pérdida, entonces desde luego la empresa continuará.

En los años recientes, los Gobiernos han incrementado la cantidad de entidades y empresas nacionalizadas en muchos países, de manera tal que los déficit han crecido más allá del monto de los impuestos que podrían cobrarse a los ciudadanos. Lo que ocurre entonces no es asunto de la charla de hoy. Es la inflación, y la trataremos en la próxima conferencia. He mencionado esto solamente porque la economía mixta no debe confundirse con el problema delintervencionismo, sobre el cual deseo hablar hoy.

¿Qué es el intervencionismo? Intervencionismo significa que el gobierno no restringe su actividad a la preservación del orden, o – como la gente solía decir un siglo atrás – a ‘la producción de seguridad’. Intervencionismo significa que el gobierno desea hacer más.

Desea interferir en los fenómenos del mercado.

Si uno objeta y dice que el gobierno no debería interferir en los negocios, la gente a menudo contesta: ‘Pero el gobierno necesariamente siempre interfiere. Si hay policías en la calle, el gobierno interfiere. Interfiere con un ladrón robando una tienda o cuando impide a un hombre robar un auto’. Pero cuando se considera el intervencionismo, y definiendo lo que significa el intervencionismo, estamos hablando sobre la interferencia del gobierno en el mercado. (Que se espere del gobierno y de la policía que protejan al ciudadano, lo cual incluye a los empresarios, y desde ya a sus empleados, contra los ataques de bandidos domésticos o extranjeros, es de hecho una expectativa normal, necesaria a tener de cualquier gobierno; dicha protección no es una intervención, ya que la única legítima función del gobierno es, precisamente producir seguridad) Lo que tenemos in mente cuando hablamos sobre intervencionismo es el deseo del gobierno de hacer más que prevenir los ataques y el fraude. El intervencionismo significa que el gobierno no sólo falla en proteger el aceitado funcionamiento de la economía de mercado, sino que interfiere en los distintos fenómenos del mercado; interfiere en los precios, en los salarios, en las tasas de interés, en las utilidades.

El gobierno desea interferir con el propósito de forzar a los empresarios a conducir sus asuntos de una manera diferente a la que hubieran elegido si hubieran obedecido solamente a los consumidores. Así, todas las medidas de intervencionismo que toma el gobierno están dirigidas a restringir la supremacía de los consumidores. El gobierno desea arrogarse el poder, o por lo menos una parte del poder, que en una economía de mercado libre, está en manos de los consumidores.

Consideremos un ejemplo de intervencionismo, muy popular en muchos países, intentado una y otra vez por muchos gobiernos, en especial en épocas de inflación. Me refiero al control de precios.

Los gobiernos usualmente recurren al control de precios cuando han inflado la oferta de dinero y la gente ha comenzado a quejarse del resultante incremento en los precios. Hay muchos ejemplos históricos famosos de métodos de control de precios que fracasaron, pero me referiré solamente a dos de ellos porque, en ambos de estos casos, los gobiernos fueron muy enérgicos en hacer espetar o en tratar de hacer respetar sus controles de precios.

El primer ejemplo famoso es el caso del Emperador Romano Diocleciano, muy conocido como el último de los emperadores romanos que persiguieron a los Cristianos. El emperador Romano en la segunda parte del Siglo III tenía un sólo método financiero, y éste era la degradación de la moneda. En esas épocas primitivas, antes de la invención de la imprenta, aún la inflación era, digamos, primitiva. Suponía la degradación de las monedas, en especial las de plata. El gobierno mezclaba más y más cobre en la plata hasta que el color de las monedas de plata cambió, y el peso de las mismas se redujo considerablemente. El resultado de esta degradación de las monedas fue un incremento en los precios, seguido de un edicto para controlar los precios. Y los emperadores romanos no eran demasiado benignos cuando hacían respetar una ley, y no consideraban la muerte como una pena demasiado benigna para un hombre que había requerido un precio más alto. Impusieron el control de precios pero fallaron en mantener unida la sociedad. La consecuencia fue la desintegración del Imperio Romano y del sistema de la división del trabajo.

Entonces, 1500 años más tarde, la misma degradación de la moneda tuvo lugar durante la Revolución Francesa. Pero esta vez se usó un método diferente. La tecnología para producir monedas había progresado considerablemente. No era ya necesario para los franceses recurrir a la degradación de las monedas metálicas: ya disponían de la imprenta.

Y la imprenta era muy eficiente. Otra vez, la consecuencia fue una suba de precios sin precedentes. Pero en la Revolución Francesa no se hacían respetar los precios máximos por el mismo método de la pena capital que el Emperador Diocleciano había usado. Había habido también un mejoramiento en la técnica de matar ciudadanos. Todos recordarán el famoso Doctor J.I.Guillotin (1738-1814) quien abogaba por el uso de la guillotina. A pesar de la guillotina, los franceses también fracasaron con sus leyes de precios máximos.

Cuando el propio Robespierre era acarreado hacia la guillotina, la gente gritaba: ‘Ahí va el roñoso Máximo’ Deseaba mencionar esto porque la gente a menudo dice: ‘Lo que se necesita para hacer un control de precios efectivo y eficiente es simplemente más brutalidad y más energía’.

Ciertamente, Diocleciano era bastante brutal tal como lo era la Revolución Francesa. Sin embargo, las medidas de control de precios, en ambas épocas, fracasaron por completo.

Analicemos ahora las razones de este fracaso. El Gobierno oye que la gente se queja que el precio de la leche se ha ido para arriba. Y la leche, ciertamente, es muy importante, especialmente para la generación en crecimiento, paras los niños. Por consiguiente, el gobierno establece un precio máximo para la leche, un precio máximo que es menor que lo que sería el potencial precio de mercado. Y dice ahora el gobierno: ‘Ciertamente hemos hecho todo lo necesario para hacer posible a los pobres padres comprar todas la leche que necesiten para alimentar a sus niños’ ¿Pero qué pasa? Por un lado, el menor precio de la leche incrementa la demanda por la leche; la gente para quien no era asequible comprar leche a un mayor precio, puede ahora comprarla al precio más bajo que el gobierno ha decretado. Y por el otro lado, algunos productores, aquellos que estaban produciendo a los más altos costos – esto es, los productores marginales – empiezan ahora a sufrir pérdidas ya que el precio que el gobierno ha decretado es menor que sus costos. Este es el punto importante en la economía de mercado. El empresario privado, el productor privado, no puede tener pérdidas por largo tiempo. Y como no puede tener pérdidas en la producción de leche, restringe la producción de la misma con destino al mercado. Puede vender algunas de sus vacas al matadero, o, en vez de leche, puede vender otros productos hechos con leche, por ejemplo yogurt, manteca o queso.

Así, la interferencia del gobierno en el precio de la leche resultará en una menor cantidad de leche que la que existía antes, y al mismo tiempo habrá una mayor demanda. Alguna gente que está dispuesta a pagar el precio decretado por el gobierno, no puede comprar la leche. Otra consecuencia será que la gente ansiosa se apresurará para estar entre los primeros en las tiendas. Tendrán que esperar afuera. Las largas colas de gente esperando en las tiendas siempre aparecen como un fenómeno familiar en una ciudad en la cual el gobierno ha decretado precios máximos para los productos que el gobierno considera importantes. Esto ocurrió en cualquier lugar donde el precio de la leche fue puesto bajo control. Esto fue siempre pronosticado por los economistas. Desde luego, solamente por economistas serios, cuyo número no es muy grande.

Pero, ¿cuál es el resultado del control de precios impuesto por el gobierno? El gobierno queda decepcionado. Deseaba aumentar la satisfacción de los bebedores de leche. Pero en realidad los ha dejado insatisfechos. Antes que el gobierno interfiriera la leche era cara, pero la gente podía comprarla. Ahora hay solamente una cantidad insuficiente de leche disponible. Por lo tanto, el consumo total de leche, cae. La siguiente medida a la que puede recurrir el gobierno, es el racionamiento. Pero el racionamiento significa sólo que cierta gente tiene privilegios y consigue leche mientras que otra gente no consigue leche en absoluto. Quién consigue leche y quién no, es algo determinado siempre de una manera muy arbitraria. Se puede determinar, por ejemplo, que los niños menores a cuatro años pueden obtener leche, y que los niños de más de cuatro años, o de entre cuatro y seis años de edad, pueden obtener solamente la mitad de la ración que reciben los niños de hasta cuatro años.

Haga lo que haga el gobierno, el hecho es que hay solamente una menor cantidad de leche disponible. Así la gente está aún más insatisfecha que lo que estaba antes.

Entonces el gobierno les pregunta a los productores de leche (porque el gobierno no tiene suficiente imaginación para averiguarlo por sí mismo): ‘¿Por qué no producen la misma cantidad de leche que producían antes?’ El gobierno recibe la respuesta: ‘No podemos hacerlo, dado que los costos de producción son mayores al precio de venta máximo que el gobierno ha establecido’. Entonces el gobierno estudia los costos de los diferentes bienes de producción y descubre que uno de los bienes es el forraje.

‘OH,’ dice el gobierno, ‘el mismo control que hemos aplicado a la leche lo aplicaremos ahora al forraje. Determinaremos un precio máximo al forraje y entonces podrán alimentar a sus vacas a un menor precio, con un gasto total menor. Todo estará bien, y podrán producir más leche y vender más leche’ Pero, ¿qué pasa ahora? La misma historia se repite con el forraje y, como pueden entender, por las mismas razones. La producción de forraje cae y el gobierno está otra vez enfrentado a un dilema. Así que el gobierno organiza nuevas reuniones para averiguar que está mal con la producción de forraje. Y obtiene una explicación de los productores de forraje precisamente igual a la que había recibido de los productores de leche. Así es que el gobierno debe avanzar otro paso, dado que no desea abandonar el principio de control de precios. Estable precios máximos para los productos que son necesarios para la producción de forraje. Y la historia se repite otra vez.

El gobierno, al mismo tiempo, comienza a controlar, no solamente la leche, pero también los huevos, la carne y otros productos de primera necesidad. Y en cada oportunidad, el gobierno obtiene el mismo resultado, en todos los casos la consecuencia es la misma.

Cada vez que el gobierno fija un precio máximo para los bienes de consumo, tiene que ir hacia atrás hacia los bienes de producción, y limitar los precios de los bienes de producción necesarios para producir los bienes de consumo sujetos a control de precios.

Así es que el gobierno, habiendo comenzado con unos pocos controles de precios, va más y más atrás en el proceso de producción, fijando precios máximos para todo tipo de bienes de producción incluyendo, desde luego, el precio del trabajo, porque sin control de salarios, el ‘control de costos’ del gobierno carecería de sentido.

Más aún, el gobierno no puede limitar su interferencia en el mercado, solamente en los bienes que considere de primera necesidad, como leche, manteca, huevos y carne.

Necesariamente debe incluir los artículos de lujo, porque si no limita estosprecios, el capital y el trabajo abandonarían la producción de artículos de vital necesidad y se volcarían a producir esos bienes que el gobierno considera artículos lujosos innecesarios.

Y así, la aislada interferencia con uno o unos pocos precios de bienes de consumo, siempre provoca efectos – y es importante comprender esto – que son aún menos satisfactorios que las condiciones que predominaban antes. Antes que el gobierno interfiriera la leche y los huevos eran caros; después de la interferencia del gobierno, comenzaron a desaparecer del mercado. El gobierno consideraba estos bienes tan importantes que se decidió a intervenir; deseaba incrementar la cantidad y mejorar la provisión. El resultado fue totalmente opuesto: la aislada intervención provocó una situación que – desde el punto de vista del gobierno – es aún más indeseable que la situación previa que el gobierno deseaba modificar. Así que el gobierno vaya más y más allá, finalmente llegará a un punto en el cual todos los precios, todos los salarios, todas las tasas de interés, en pocas palabras todas las cosas en el sistema económico total, son fijadas por el gobierno. Y esto, claramente, es socialismo.

Lo que he dicho aquí, esta esquemática y teórica explicación, es precisamente lo que ocurrió en aquellos países que trataron de hacer respetar un control de precios máximos, donde los gobiernos fueron tan testarudos como para ir paso a paso hasta llegar al final.

Esto sucedió durante la Primera Guerra Mundial en Alemania e Inglaterra.

Analicemos la situación en ambos países. Ambos países experimentaron inflación. Los precios subieron, t los dos gobiernos impusieron controles de precios. Empezando con unos pocos precios, comenzando solamente con leche y huevos, tuvieron que seguir más y más allá. Cuanto más se alargaba la guerra, más inflación se generaba. Y después de tres años de guerra, los alemanes – en forma sistemática, como siempre – elaboraron un gran plan. Lo denominaron el Plan Hindenburg: a cualquier cosa en Alemania, considerada buena por el gobierno de ese momento, se le daba el nombre de Hindenburg.

El Plan Hindenburg significaba que todo el sistema económico alemán sería controlado por el gobierno: precios, salarios, utilidades..... todo. Y la burocracia inmediatamente comenzó a poner esto en funcionamiento. Pero antes que hubieran terminado, vino el descalabro: El Imperio Alemán se vino abajo, el aparato burocrático completo desapareció, la revolución trajo consecuencias sangrientas – todo se terminó.

En Inglaterra comenzaron de igual manera, pero después de un tiempo, en la primavera de 1917, los EEUU entraron en la guerra y suministraron a los Británicos suficientes cantidades de todo. Y por lo tanto el camino al socialismo, el camino de servidumbre, fue interrumpido.

Antes que Hitler llegara al poder, el Canciller Brüning nuevamente introdujo los controles de precios en Alemania por las razones habituales. Hitler los impuso, aún antes que la guerra comenzara. Por que en la Alemania de Hitler no había ninguna empresa privada o iniciativa privada. En la Alemania de Hitler existía un sistema de socialismo que difería del sistema de Rusia solamente en que todavía se mantenían la terminología y las etiquetas de un sistema de libertad económica. Existían todavía ‘empresas privadas’, tal como se las denominaba. Pero el propietario no era más un empresario, al propietario se le denominaba ‘gerente de negocio’ (Betriebsführer) Toda Alemania estaba organizada como una jerarquía de führers; estaba el Supremo Führer, Hitler desde ya, y había führers hacia abajo hasta las muchas jerarquías de pequeños führers. Y la cabeza de una empresa era el Betriebsführer. Y los trabajadores de una empresa eran designados por una palabra que, en la Edad Media, se usaba para designar la comitiva de un señor feudal: Gefolgschaft. Y toda esta gente debía obedecer las órdenes emitidas por una entidad que tenía un nombre terriblemente largo: Reichsführerwirtschaftsministerium 6 a cuya cabeza estaba el bien conocido gordo, llamado Goering, adornado con joyas y medallas.

Y de este cuerpo de ministros con el largo nombre venían todas las órdenes para cada empresa: qué producir, en qué cantidad, dónde obtener las materias primas, cuánto pagar por ellas, a quién vender los productos y a qué precios debían ser vendidos. Los trabajadores recibían órdenes de trabajar en una determinada fábrica y recibían los sueldos que el gobierno decretaba. Todo el sistema económico era ahora regulado en cada detalle por el gobierno.

El Betriebsführer no tenía derecho a quedarse con las ganancias; recibía lo que ascendía a un salario, y si deseaba obtener más debía, por ejemplo, decir: ‘Estoy muy enfermo, necesito una operación inmediatamente, y la operación costará 500 Marcos’ Entonces debía pedir al Führer del distrito (el Gauführer oGauleiter) si tenía derecho a retirar más que el salario que se le daba. Los precios no eran más precios, los salarios no eran más salarios, todos erantérminos cuantitativos en un sistema de socialismo.

Permítanme ahora decirles cómo este sistema se destrozó. Un día, después de años de guerrear, los ejércitos extranjeros llegaron a Alemania. Trataron de preservar este sistema económico dirigido por el gobierno, pero habría sido necesaria la brutalidad de Hitler para preservarlo, y sin ella no funcionaba.

Y mientras esto ocurría en Alemania, Gran Bretaña – durante la Segunda Guerra Mundial – hizo precisamente lo mismo que había hecho Alemania. Comenzando con el control de precios de solamente algunos productos, el gobierno Británico empezó paso a paso (de la misma manera en que Hitler lo había hecho durante el tiempo de paz, aún antes del comienzo de la guerra) a controlar más y más de la economía hasta que, en el momento en que la guerra terminó, habían llegado a algo que era casi puro socialismo.

Gran Bretaña no fue llevada al socialismo por el gobierno Laborista establecido en 1945.

Gran Bretaña se convirtió en socialista durante la guerra, por medio del gobierno del cual Sir Winston Churchill era el primer ministro. El gobierno Laborista solamente retuvo el sistema de socialismo que el gobierno de Sir Winston Churchill ya había introducido. Y esto, a pesar de la gran resistencia de la gente.

Las nacionalizaciones en Gran Bretaña no significaron mucho; la nacionalización del Banco de Inglaterra fue meramente nominal ya que el Banco se encontraba ya bajo el total control del gobierno. Y fue lo mismo con la nacionalización de los ferrocarriles de la industria del acero. El ‘socialismo de guerra’, como fue llamado – significando el sistema de intervencionismo que procedía paso a paso – ya había virtualmente nacionalizado el sistema.

La diferencia entre los sistemas de Alemania y de Gran Bretaña no era importante ya que la gente que los operaba había sido designada por el gobierno y en ambos casos debían obedecer las órdenes del gobierno en todos los aspectos. Como he dicho antes, el sistema de los nazis alemanes retuvieron las etiquetas y la terminología de una economía capitalista de libre mercado. Pero significaban algo bastante diferente: ahora eran solamente decretos del gobierno.

Esto era también cierto para el sistema Británico. Cuando el Partido Conservador retornó al poder en Gran Bretaña, algunos de dichos controles fueron eliminados. Tenemos ahora en Gran Bretaña intentos de un lado para retener esos controles, y del otro lado para abolirlos (No debe olvidarse que, en Inglaterra, las condiciones eran muy diferentes de las condiciones en Rusia) Lo mismo es cierto para otros países que dependen de la importación de alimentos y materias primas y por lo tanto deben exportar productos manufacturados. Para países que dependen marcadamente del comercio de exportación, un sistema de control gubernamental simplemente no funciona.

Así, en tanto exista un resto de libertad económica (y hay todavía una substancial libertad económica en algunos países, tal como Noruega, Inglaterra, Suecia), existe por la necesidad de mantener el comercio de exportación. Antes, elegí el ejemplo de la leche, no porque tenga una especial preferencia por ese alimento sino porque prácticamente todos los gobiernos – o un buen número de ellos – en las décadas recientes han regulado el precio de la leche, de los huevos o de la manteca.

Deseo referirme, en pocas palabras, a otro ejemplo que es el control de los alquileres. Si el gobierno controla los alquileres, una de las consecuencias es que la gente que, de otra forma, se hubiera mudado de departamentos más grandes a departamentos más pequeños cuando hubieran cambiado las condiciones familiares, ahora no lo hará. Por ejemplo, padres cuyos hijos dejaron el hogar cuando llegaron a los veinte y tantos años, porque se casaron o fueron a vivir a otra ciudad por trabajo. Dichos padres solían cambiar su departamento y tomar otra más pequeño o más barato. Esta necesidad desapareció cuando se impusieron controles a los alquileres.

En Viena, Austria, a principios de los años veinte, cuando el control de alquileres era muy firme, el monto de dinero que un propietario recibía como renta por un departamento promedio, equivalía a dos boletos de tranvía. Pueden imaginar que la gente no tenía incentivo alguno en cambiar sus departamentos. Y, por otra parte, no había construcción de casas nuevas. Condiciones similares prevalecían en los EEUU después de la Segunda Guerra Mundial y continúan en muchas ciudades aún hoy en día.

Una de las razones por la cual muchas ciudades en los EEUU están en tan graves dificultades financieras es que tienen control de alquileres y, como consecuencia, una escasez de viviendas. Así que el gobierno ha gastado billones en la construcción de nuevas casas. Pero, ¿por qué hay tal escasez de viviendas? La escasez de viviendas se desarrolló por las mismas razones que produjeron la escasez de leche cuando la misma tuvo controles de precio. Esto significa: cuando el gobierno interfiere en el mercado es más y más llevado hacia el socialismo.

Y esta es la respuesta a aquella gente que dice: ‘No somos socialistas, no queremos que el gobierno controle todo. Pero ¿por qué no debería el gobierno interferir un poquito en el mercado? ¿Por qué no debería el gobierno eliminar algunas cosas que nos gustan? Esta gente habla de la política de ‘mitad del camino’ Lo que no ven es que una interferencia aislada, que significa la interferencia con solamente una pequeña parte del sistema económico, provoca una situación que el propio gobierno – y la gente que pide una intervención gubernamental – se dan cuenta que es peor que las condiciones que deseaban abolir. La gente que pide por un control de los alquileres se enfurecen cuando se dan cuenta que hay escasez de departamentos, escasez de viviendas. Pero esta escasez de viviendas fue creada precisamente por la interferencia del gobierno, por la imposición de alquileres debajo del nivel que la gente debería haber pagado en un mercado libre.

La idea que existe un tercer sistema – entre el socialismo y el capitalismo – como sus sostenedores dicen, un sistema tan alejado del socialismo como lo está del capitalismo pero que retiene las ventajas y evita las desventajas de cada uno, es puro disparate. La gente que cree en tan mítico sistema puede convertirse en realmente poética cuando elogian la gloria del intervencionismo. Se puede decir, solamente, que están equivocados.

La interferencia del gobierno, que ellos elogian, provoca condiciones que a ellos mismos les disgustan. Uno de los problemas que trataré más adelante es elproteccionismo. El gobierno trata de aislar el mercado doméstico respecto al mercado mundial. Impone tarifas que elevan el precio doméstico de un producto por sobre el precio en el mercado mundial, haciendo posible a los productores domésticos formar cárteles. Los cárteles entonces son atacados por el gobierno declarando: ‘Bajo estas condiciones, es necesaria una legislación anti - cártel’ Esta es precisamente la situación con la mayoría de los gobiernos europeos. En los EEUU, hay además otras razones para la legislación anti – trust y la campaña del gobierno contra el fantasma del monopolio Es absurdo ver al gobierno – que crea por su propia intervención las condiciones que hacen posible la emergencia de cárteles domésticos – señalar con el dedo a las empresas, diciendo: ‘Hay cárteles, por lo tanto la interferencia del gobierno en los negocios es necesaria’. Sería mucho más simple evitar los cárteles terminando la interferencia del gobierno en el mercado – una interferencia que hace posibles estos cárteles.

La idea de la interferencia del gobierno como una ‘solución’ a los problemas económicos lleva, en cada país, a condiciones que, por lo menos, son bastante insatisfactorias y, a menudo, caóticas. Si el gobierno no se detiene a tiempo, fomentará el socialismo.

Sin embargo, la interferencia del gobierno en los negocios es todavía muy popular. Tan pronto como a alguien no le gusta algo que sucede en el mundo, dice: ‘El gobierno debería hacer algo al respecto. ¿Para qué tenemos un gobierno? El gobierno debería hacerlo.’ Y este es un resabio de pensamiento característico de épocas pasadas, de épocas que precedían a la libertad moderna, al moderno gobierno constitucional, antes del gobierno representativo o del republicanismo moderno.

Por siglos existió la doctrina – sostenida y aceptada por todos – que un rey, un rey ungido – era el mensajero de Dios; tenía más sabiduría que sus súbditos; y tenía poderes sobrenaturales. Tan recientemente como a principios del Siglo XIX, la gente que sufría de ciertas enfermedades esperaba ser curada por el toque real, por la mano del rey. Los doctores eran generalmente mejores; sin embargo, hacían que sus pacientes se trataran con el rey.

Esta doctrina de la superioridad del gobierno paternal, de los poderes sobrenaturales y sobrehumanos de los reyes hereditarios, ha desaparecido gradualmente – o por lo menos eso creíamos. Pero apareció nuevamente. Hubo un profesor alemán llamado Werner Sombart (lo conocí muy bien), que era conocido en todo el mundo; era doctor honorario de muchas universidades y miembro honorario de la American Economic Association. Ese profesor escribió un libro que se encuentra disponible en una traducción al inglés, publicada por la Princeton University Press; también existe una traducción al francés, y probablemente exista una versión en español. Y espero que exista porque deseo que verifiquen lo que estoy diciendo. En este libro – publicado en nuestro siglo y no en la Edad Media – Werner Sombart, profesor de Economía, simplemente dice: ‘ El Führer, nuestro Führer,’ - desde ya se refiere a Hitler – ‘recibe sus órdenes directamente de Dios, el Führer del Universo’ Antes ya mencioné esta jerarquía de Führers, y en esta jerarquía mencioné a Hitler como el ‘Supremo Führer’... Pero existe, de acuerdo con Werner Sombart, un más alto Führer: Dios, el Führer del Universo. Y Dios, escribió, le da Sus órdenes directamente a Hitler.

Desde ya, el Profesor Sombart dijo, bastante modestamente; ‘No sabemos cómo Dios se comunica con el Führer. Pero el hecho no puede negarse’ Ahora, si oyen que dicho libro puede ser publicado en idioma alemán, el idioma de una nación que una vez fue aclamada como ‘la nación de los filósofos y de los poetas’, y ven que puede ser traducido al inglés y al francés, no podrán asombrarse del hecho que un pequeño burócrata se considere a sí mismo mejor y más inteligente que los ciudadanos y desee interferir en todo, aunque sea solamente un pobre minúsculo burócrata, y no el famoso Profesor Werner Sombart, miembro honorario de lo que sea.

¿Existe un remedio contra estas cosas? Yo diría que sí, que hay un remedio. Y este remedio es el poder los ciudadanos; tienen que impedir que se establezca un régimen tan autocrático que se arroga una mayor sabiduría que la del ciudadano común. Esta es la diferencia fundamental entre la libertad y la servidumbre.

Las naciones socialistas han usurpado para sí mismas el término democracia. Los rusos llaman a su sistema Democracia Popular, probablemente sostienen que la gente está representada en la persona del dictador. Creo que a undictador, Juan Perón aquí en la Argentina, se le dio una buena respuesta cuando se lo forzó al exilio en 1955. Esperemos que otros dictadores, en otras naciones, se les dé una respuesta similar.

Publicado por Rodrigo Díaz en su blog de mises.org