jueves, 8 de marzo de 2012

Democracia, un circo necesario. Segunda parte


Este texto es la continuación del artículo, "Democracia, un circo necesario", en el cual describí el circo a breves rasgos. En resumen, señalé que la democracia constituye un pésimo incentivo económico; que politiza a la población; que expande los tentáculos del Estado y que va construyendo poco a poco una cárcel invisible en medio de un teatro que se asemeja a un "reality show". Insisto que éstas consideraciones son aplicables a cualquier democracia, es indiferente si es europea o americana, entre otras. 
Ahora, en comparación con la monarquía, la democracia ha demostrado tener  varias desventajas. En breves términos, la monarquía es un mejor incentivo para un manejo responsable del país puesto que, a diferencia de la democracia, el "jefe" del país se ha de quedar con él durante toda su vida, y es más, lo ha de heredar a sus hijos y luego a sus nietos (el "jefe" en un sistema democrático tiene 4-8 años, es probable que le importe menos el largo plazo). Entonces, un monarca pensará dos veces antes de endeudarse, puesto que él mismo ha de tener que pagar las deudas. Además, a un monarca probablemente le interesará más que la economía de su país florezca en el largo plazo y, no jugará con ella a que se vea "bonita" y flagrante para el tiempo de las elecciones. No es coincidencia que los niveles de deuda sean mucho mayores bajo la democracia que bajo la monarquía, y, ni hablar de la inflación1. De la misma manera, la cantidad de leyes bajo la monarquía es, por mucho, menor que la cantidad de leyes en la democracia. El Estado es más pequeño en la monarquía en comparación con la democracia (el nivel de impuestos y la cantidad de áreas de la sociedad donde el Estado mete su colmillo), y el grado de politización y colectivización de la sociedad es más grave si la población en general está sometida a las urnas.

Podría continuar señalando desventajas de la democracia frente a la monarquía hasta llegar a la guerra: creo que un monarca tiene un mayor incentivo a expandir sus territorios que un presidente de turno (puesto que las tierras conquistadas serán suyas). Sin embargo, la democracia ha convertido la guerra en un producto que debe ser “vendido” a la población, desfigurándola totalmente. Entonces, diría que la democracia es menos belicista que la monarquía, pero peligrosamente la convierte en un fetiche. 


Algo ciegamente, se podría decir que, por ejemplo, si Brasil hubiera mantenido un sistema monárquico es probable que estuviera mejor económicamente, sus “jefes” hubieran cuidado de Brasil como un terrateniente cuida de sus haciendas. Los impuestos en Brasil fueran los suficientes para mantener a la familia real y a sus palacios, el Estado fuera mínimo en comparación, las leyes fueran concisas y claras y no tuvieran porqué multiplicarse con el pasar de las décadas, el comerciante y el productor estuvieran más alejados del Estado y éste jamás tomaría el rol de circo que tiene bajo la democracia.


                                 

Sin embargo, existe algo extremadamente valioso en la democracia que no existía en la monarquía: el Estado puede ser sometido a duda, alejado de Dios, o de las nubes, o de la sangre azul o de los palacios de oro. El Estado es, gracias a la democracia, tan falible como el pueblo, tan humano como el ciudadano común y tan soslayable como un mal circo. Esto se les olvida a los libertarios que opinan que la democracia es un error histórico.
Quizás el mismo humanismo que trajo consigo el avance del capitalismo, del comercio, del racionalismo, la ciencia y la tecnología; se llevó consigo la esclavitud y la monarquía. No es entonces, ningún retroceso, puesto que si no hubiera llegado la democracia, el pueblo jamás hubiera tenido la oportunidad de cambiar su visión frente al Estado. Es gracias a la democracia que la intocable institución dorada de la corona cabe en el pequeño agujero de una urna, un peldaño más cerca al libertarianismo. En fin, en un sistema monárquico, jamás podría existir un pensador plenamente anarcocapitalista. Esto es suficiente para abogar en favor de la democracia como un avance y no un retroceso, aunque a la humanidad le resten ochocientos años de peldaño democrático.





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1 - Pueden revisar éste artículo de Hoppe en donde resume algo de ésta información. Sin embargo las pruebas para esto son abundantes (el manejo central dinero fiat, por ejemplo, baluarte de la inflación es completamente un fenómeno democrático), de todas maneras les remito al libro “Democracy, the God that Failed” de Hans Hermann Hoppe.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Democracia, un circo necesario



Existen libertarios que señalan las desventajas de la democracia sobre la monarquía y a partir de ellas deducen que la democracia se trata de un error histórico. Es mi opinión que esta visión no considera la totalidad de los factores que están en juego. 

En primer lugar, quisiera señalar algunas de las inmensas falencias de la democracia. El tema es lo suficientemente amplio como para requerir la extensión de un trabajo de tesis, sin embargo, creo que si se tienen ciertas bases lockeanas y en general, capitalistas, se puede saltar un proceso explicativo largo. De ésta manera, me permito señalar lo siguiente sin citas ni extensiones:

El Circo.

La democracia es un muy mal incentivo desde el punto de vista económico, es decir, si la meta es el progreso, la democracia es un obstáculo que la economía debe franquear para desarrollarse. En breves términos, una economía crece cuando existe un ambiente de estabilidad y de respeto por el comercio y la propiedad. La democracia debilita la herramienta más representativa del comercio: el dinero. Dada su naturaleza clientelar, en la cual el Estado se ubica como receptor de las demandas del pueblo y por ende es responsable de proveerle de lo que sea necesario para su satisfacción, es común que el Estado opte por la manera más simple de crear un ambiente de "bonanza" y, al mismo tiempo, incrementar el gasto público y la cantidad de "regalos": la inflación. El gobierno de turno, apoyándose en este impuesto invisible, se da el lujo de expandir el crédito, sembrando burbujas que seguramente se vendrán abajo algún día, cuando otro esté en el poder. Además, destruye el ahorro y la inversión acertada, las tasas de interés muy altas no son convenientes si se quiere continuar con el circo, ya llegará el momento de alzarlas, después de las votaciones. Por último, como si robarle sigilosamente al pueblo no fuera suficiente, al gobernante le importa poco la deuda, resultaría infantil preocuparse de una deuda que él no la va a pagar. La deuda la pagan las generaciones futuras mediante vergonzosos procesos de inflación o mediante crisis y austeridades incomprensibles para el ciudadano común. La democracia es abusiva con el pueblo, irrespeta el sudor de la frente del trabajador y se burla de él.





Pero se burla aún más bochornosamente en términos políticos, de manera cínica hace creer al votante que tiene la capacidad de elegir. Lo inmiscuye en un circo de banderas, colores, promesas, enemigos y mentiras; el ciudadano, anonadado, como un niño al que le ofrecen distintos pasteles, elige "pan, techo y empleo" o "patria, soberanía y justicia para todos", y el juego político comienza. Una parte del pueblo se come el pastel y duerme soñando con que las cosas van a cambiar, otra parte, sin embargo, cruza los dedos y espera que el nuevo gobierno le permita trabajar. Éstos últimos se arrodillan y piden que no se le meta más mano a los aranceles, al código laboral o a la política monetaria. Los primeros, los que se comieron el pastel, inician un proceso letárgico de enamoramientos y desencantos. A los dos grupos se les soborna con distintos tipos de favores. Dependiendo cuál haga más ruido, el gobernante puede optar por diferentes juegos pirotécnicos: aranceles, subsidios, casas, leyes especiales, escándalos, heroísmos o guerras. Todo, sin que importe en lo más mínimo si los favores mencionados tienen consecuencias devastadoras en el largo plazo, o si éstas consecuencias devastadoras afectarán a un grupo menos ruidoso que el más popular. La población termina politizada hasta los pelos, el penoso sueño de muchos cientistas sociales que creen en la participación, en los gremios y en los movimientos sociales, no es más que la supremacía del circo. Gracias a la democracia, el pueblo se ahoga en la novela de peticiones, huelgas, dedos acusadores y diferenciaciones, todo se vuelve político y el ciudadano acude a las urnas con los puños apretados. 

Y, mientras tanto, la democracia expande poco a poco los tentáculos del Estado, como un proceso ineludible e intrínseco de este pésimo sistema político en el que nos encontramos. Es difícil, casi milagroso, que un candidato ascienda con propuestas que incluyan recortes: eliminaremos el ministerio de ambiente!, reduciremos el bono a la pobreza!, acabaremos con el salario mínimo!, no más empresas públicas! Difícil. Generalmente, el candidato sube al poder proponiendo cosas nuevas: nuevos ministerios, nuevas secretarías, nuevas leyes, nuevos bonos, nuevos proteccionismos o nuevas empresas públicas, extra de todo. Es así como, tras el pasar de las décadas, el Estado crece y crece cual sanguijuela gracias a la democracia. Además, por antonomasia, si se tiene un órgano legislativo, éste ha de legislar, y década tras década, el montón de leyes se va multiplicando hasta que una cárcel tácita está firmemente construida. La constitución abandona su inicial rol de proteger al pueblo del Estado, se convierte en una mezcla entre una carta a Papá Noel (quiero esto y esto otro, y salud gratis, y educación gratis, y bono gratis, y universidad gratis, y protección arancelaria, y cultura gratis, y más y más) y un mandato fascista (una recopilación de controles que se han ido sumando poco a poco). La ley es un brazo más del circo, jamás está separada de él, se legisla un poco más por donde suenan más aplausos, y, como para el resto del show, poco importa si una ley causa devastadores problemas en el largo plazo o si causa éstos problemas a un grupo menos popular que el que hace más ruido.

Pero el pésimo incentivo económico que constituye la democracia, la politización de la población y la construcción de una cárcel tácita no es todo. La democracia cala profundamente en el ideario social, y de una manera lamentable. Le convence al pueblo de que es el Estado, en otros términos, el Estado deja de ser “ellos” y pasa a ser “todos”. Es tan grave esta confusión que algunos cientistas sociales, más confundidos aún, han llegado a decir cosas similares a: “si el pueblo eligió aquello, es aquello lo que necesitan”. Asentada en la falsa representatividad, adornada con los juegos pirotécnicos del circo, el pueblo puede ser estafado y luego, el estafador, puede darle la vuelta a la mesa y defenderse detrás del concepto de las urnas. Si acaso no goza de popularidad suficiente para exclamar “a mí me ha elegido el pueblo no escribir aquí el enemigo de turno!”, el gobernante puede señalar a sus antecesores como verdadero origen del problema y declararse mártir. En la democracia, la responsabilidad de un mandatario sobre sus actos es profundamente inexistente.

Por último, la democracia crea un irrespeto por la propiedad privada. Si antes los impuestos eran para el rey, en concepto, ahora los impuestos son para el pueblo. Se le otorga al pueblo un derecho sobre la propiedad del pueblo. Aunque las raíces de éste serio problema sobrepasen al sistema político, la democracia lo agrava de tal manera que es común escuchar a un ciudadano pedir que se les expropie a los ricos y, después de haber exclamado sus ansias de robo, continuar hablando sin perturbaciones. Es que la democracia ha legitimado la expropiación en nombre del pueblo, incluso los ricos sienten que no tienen derecho sobre su riqueza, y, en medio de la bruma que incluye cuestiones morales, se sienten anti- democráticos al oponerse a un impuesto progresivo. En el fondo de los fondos, el individuo queda colectivizado.

Escribo desde Latinoamérica, donde el proceso democrático es cómico y da ganas de llorar, sin embargo, cualquiera podría decir que la esencia de estos inmensos problemas se encuentra en las democracias europeas y norteamericanas, matizadas de una u otra manera por la cultura que nos distingue.

A pesar de todo, el objetivo de éste artículo es señalar que la democracia es un circo necesario, no es un error histórico de ninguna manera y es un avance frente a la monarquía, en oposición a la tesis de algunos libertarios monarquistas. Decidí separar el artículo en dos para cuidar su longitud y apartar de alguna manera los temas, la segunda parte se puede encontrar en el siguiente link.