viernes, 27 de abril de 2012

El Discurso




Treinta ciudadanos del pueblo Lejano gritaban frente al Palacio, reclamaban el agua que se les había quitado. En el Palacio trabajaban miles de personas, sus innumerables salas y oficinas se extendían a lo largo de varias cuadras. Miles de ventanas miraban las carreteras que lo rodeaban. Frente a sus puertas caminaban oficinistas, mendigos, comerciantes y turistas. El Palacio parecía abarcar todo el centro de la ciudad. Era tan grande que los treinta ciudadanos que gritaban por el agua pasaron totalmente desapercibidos hasta que, al tercer día, un grupo de personas se les unió.  

No se les unieron burócratas, ellos viven en el interior del Palacio; tampoco se les unieron empresarios, puesto que tienen poco tiempo libre; fue un grupo de estudiantes y periodistas que caminaban por la calle. Vieron a los pobres hombres con sus pancartas en el aire, gritando con la furia que solamente puede sentir quien ha vivido una injusticia. A los treinta hombres se les había quitado el agua, sin previo aviso ni explicación alguna.

El nuevo grupo se sumó a la manifestación, llamaron a sus conocidos, tweetearon, bloggearon, redactaron en periódicos y hablaron en radios a favor de la causa. La siguiente semana, a las orillas del Palacio habían quinientas personas gritando, reclamaban que se devuelva el agua a los habitantes del pueblo Lejano.

Tras las ventanas del Palacio, el barullo comenzaba a molestar a los burócratas, quienes a pesar de haber elevado el volumen de la música, no podían concentrarse y continuar con sus papeleos e importantísimas funciones diarias. Todos concordaron con que la situación podía complicarse, era preciso reunir a los más altos funcionarios y esperar a que señalaran un curso de acción. Urge una respuesta a los manifestantes, un discurso quizás, sugirieron los burócratas. Los altos funcionarios, malhumorados, decidieron celebrar una reunión esa misma tarde, después del almuerzo en el restaurant, de las entrevistas y de la sesión de fotos, claro.

La reunión duró casi una hora. Cansados, los altos funcionarios, decidieron celebrar la decisión con una copita de champagne. Después, se acomodaron en los sillones, practicaron sus sonrisas y dejaron entrar a sus periodistas. Éstos mandaron a rocoger las copas y a distribuir vasos de agua en cada asiento. Comenzada la rueda de prensa, tuvieron la oportunidad de hablar de cómo el increíble Juan Quiroz había logrado una medalla de oro para el país y de la cuantiosa suma que el Palacio, siempre preocupado por el deporte, le había otorgado para que construya un gimnasio en su pueblo natal (uno de los funcionarios se sonrojó al ver la foto que le habían tomado junto al alcalducho del pueblo). Comentaron sobre las importantes alianzas internacionales y sobre el hermoso puente que acababan de inaugurar y que llevaría el nombre de uno de ellos. Después, tras un cambio de cámara y una breve pausa, reemplazaron las sonrisas por ceños fruncidos y rostros enervados, llenos de sangre. Había llegado el tiempo de las acusaciones. Blandieron sus dedos amenazadores, alzaron sus voces y en el nombre de la patria retaron a que se pruebe esto y aquello. Sintieron tristeza por la oposición, guiada por “los mismos corruptos de siempre”. Al final, tajantes, señalaron que el pueblo se merece la verdad, y se la contaron.

¡Corten! -dijo el director-, ¡perfecto!, ahora, como habíamos quedado, agarre el micrófono con la mano y vuelva a abrocharse el botón de la camisa, sí, cruce las piernas y hable con tranquilidad. El funcionario, feliz por haber contratado a un director tan experto, se dirigió a la cámara y comenzó a hablar sobre el problema del agua en este pueblo Lejano. En pocos minutos, señaló que no había tal falta de agua y que se trataba de un complot más en contra del Palacio. Se estaba orquestando un ataque corrupto que ponía en riesgo la seguridad ciudadana y que debía ser ignorado.
Por último, anunció que en la misma plaza en la que se hallaban los manifestantes, se llevaría a cabo un evento para conmemorar la muerte del revolucionario Ché Guevara. Habría artistas invitados, juegos y animadores. Además, los altos funcionarios del Palacio festejarían junto al pueblo y uno de ellos daría un discurso. Sería un día para recordar.

¡Perfecto!, ¡Excelente! - dijo el director, manden la cinta a edición y sáquenla al aire a las siete y media, anuncien el evento por las radios y envíenlo a la otra prensa.

El Palacio mandó a llamar a sus asistentes, un grupo de profesionales de alto nivel a los que se les pagaba cuantiosas sumas de dinero. El sociólogo, el politólogo y el experto en comunicación diseñaron el evento minuciosamente. Planearon cada detalle, desde la llegada en helicóptero de los funcionarios del Palacio hasta las obras de arte que se exhibirían ese día. El economista señaló que los fondos necesarios podían sacárselos sigilosamente a los empresarios mediante ciertos ajustes en el mercado de dinero. Añadió que éstos, siempre ocupados y en competencia, difícilmente se organizarían para dar frente a la artimaña. Finalmente, el abogado, un renombrado doctor en leyes, se ocupó de armar un caso en contra del líder del grupo de manifestantes del pueblo Lejano. La situación estaría bajo control.

Dos días después los habitantes del pueblo que se había quedado sin agua vieron cómo en el centro de la plaza empezaba a gestarse el evento. Al principio, se armó una gran tarima, instalaron las luces, hicieron pruebas de sonido y colocaron dos grandes pantallas. Después, llegaron los delegados del Ministerio de Cultura y comenzaron a colocar cuadros del Che por todos lados. Poco a poco, la plaza se lleno de gente que esperaba pacientemente a que llegaran los altos funcionarios y los artistas invitados. Entre la muchedumbre, habían magos, payasos y vendedores ambulantes; uno que otro famoso siempre acompañado de cámaras y reporteros; burócratas, que habían decidido tomarse un día de vacaciones; extranjeros, gente de provincia y turistas. La plaza se vestía de colores, como en un día de carnaval.

Indignados, los manifestantes alzaron sus pancartas y empezaron a gritar. Pero esto ya estaba previsto. Se dio la orden de que tocaran las bandas de pueblo y de que se iniciara el show de juegos pirotécnicos. El ruido del evento pronto opacó al que salía de las cansadas gargantas de los manifestantes, convirtiéndolo en un murmullo casi imperceptible.

La mayoría de los transeúntes no los regresó a ver, la prensa los ignoró, solamente unos pocos notaron la presencia de lo que se convirtió en un grupo al otro lado de la plaza que había aprovechado el evento para pedir alguna cosa.

Comenzaba a sentirse la “querida presencia” de Ernesto Guevara y el Palacio era más grande y majestuoso que nunca. Miles de personas habían llegado a la plaza, todos revolucionarios. Disfrutaban de los juegos ecológicos que el Ministerio del Ambiente pusiera en una de las esquinas; escuchaban la declamación de poetas elegidos por el Ministerio de Cultura y hacían filas para recibir los libros que repartía gratuitamente el Ministerio de Educación. Más allá,  otro ministerio había contratado a un grupo de mimos que repartían algodones de azúcar a los niños que aceptaban colocarse la boina del Ché. Por ésa esquina entraron algunos de los funcionarios del Palacio, rodeados de sus cámaras y de sus reporteros. Sonrientes y complacidísimos, anunciaron que el evento sería un éxito y agradecieron a los miles de ciudadanos que “amaban la patria” por haber hecho posible ésta “hermosa celebración”.

Una hora después, todos tuvieron que mirar hacia arriba puesto que entre las nubes llegaba un helicóptero pintado de los colores patrios. Las bocas abiertas de los abuelos y los dedos de los niños que señalaban al cielo fueron fotografiados para el periódico del día siguiente. Aterrizó en un círculo junto al escenario. La gente se amontonó para ver a los altos funcionarios, éstos, bondadosos, habían traído camisetas de regalo. Además, cada uno de ellos llevaba de la mano a un niño muy pobre que no conocía la capital, si no fuera por ésta especial celebración, probablemente no la hubiera conocido nunca. Los niños recibieron un algodón de azúcar de sus respectivos funcionarios y posaron frente a las cámaras junto a la bandera del Ché. El Palacio, magnánimo, regalaba al pueblo una tarde memorable.

***

Al otro lado de la plaza, los manifestantes poco a poco fueron disminuyendo en número, algunos encontraban escusas, otros sin reparos declaraban que iban a visitar la fiesta. De los quinientos quedaron quizás cincuenta. Desanimados, bajaron sus pancartas y guardaron silencio. Miraban al Palacio cuando uno de ellos, un estudiante seguramente (por su juventud y sus lentes) se paró frente a todos y en voz alta, exclamó: ¿Quién de ustedes morirá primero?

Los manifestantes lo miraron, sorprendidos. El estudiante no esperó a que le preguntasen a qué se refería y continuó:

- ¿Creyeron que el Palacio atendería a sus plegarias? ¿Se han sentado a meditar porqué tienen que pedirle agua, en primera instancia?
Los Palacios son, en este país y en cualquier lugar del mundo, un circo que funciona a base de ruido. Una vez que se establecen como el único engranaje con el derecho y la capacidad de cambiar algo en la sociedad, es necesario hacer ruido para mover sus piñones. Muchas veces “ruido” significa verter sangre en las calles, como los monjes que se inmolan en Burma, o los que mueren tras una huelga de hambre en Cuba. Otras veces es necesario unir las voces de varios miles de hombres y hacer suficiente “ruido”.
No les sorprenda entonces que los Palacios regalen caramelos y shows de magia, son consientes de su vulnerabilidad al “ruido” y les conviene un pueblo entretenido. La oferta varía según el público, claro está, en otros países puede que se utilice menos juegos pirotécnicos y más “Lets kill Osama”, pero en el fondo es siempre un circo. A nosotros nos ha tocado vivir el circo latinoamericano: un poco de tropicalismo, una buena dosis de anti-imperialismo, algo de indigenismo y una pizca de ecologismo. El resultado es lo que se puede ver al otro lado de la plaza.

- Por ahora, si quieren mover los piñones del Palacio y recibir el agua que se les ha quitado, necesitan hacer ruido. Sin embargo, ya que no son miles sus gargantas, deben derramar algo de sangre.

-Si lo hacen, les recomiendo que sea frente a las cámaras.

El estudiante se incorporó y se despidió alzando la mano. Imaginándose qué cuál hubiera sido la reacción de los manifestantes si efectivamente les hubiera dicho todo aquello, que ahora se desvanecía en la memoria de un delirio de furia, de esos que invaden la mente y luego se pierden dejando en su lugar una sonrisa. Se acomodó la boina y se puso su abrigo, pues había comenzado a llover. 




Por: Alejandro Veintimilla


martes, 24 de abril de 2012

Henry Hazlitt

“Todo el evangelio de Karl Marx puede resumirse en una frase: Odia a quien esté mejor que tú. Bajo ninguna circunstancia admitas que su éxito puede deberse a su propio esfuerzo, a la contribución productiva que ha hecho a la vida de otros. Atribuye siempre su éxito a la explotación, el fraude, o el robo más o menos abierto a otros. Nunca admitas que tu propio fracaso puede deberse a tu propia debilidad, o que el fracaso de cualquier otro puede deberse a sus propios defectos, como pereza, incompetencia, poca inteligencia, o falta de previsión.”

miércoles, 18 de abril de 2012

Resultados de la expoliación legal. Bastiat


Releyendo "La Ley" de Bastiat, no pude evitar el transcribir los siguientes párrafos y publicarlos en el blog: 

Resultados de la expoliación legal. 

No podía pues introducirse en la sociedad un cambio más grande y una mayor desgracia que ésta: la ley convertida en instrumento de expoliación.
¿Cuáles son las consecuencias de una perturbación semejante? Se necesitarían volúmenes para describirlas a todas. Contentémonos con indicar lo más sobresaliente.
La primera, es la de borrar en todas las conciencias la distinción entre lo justo y lo injusto.
Ninguna sociedad puede existir, si no impera en algún grado el respeto a las leyes; pero es el caso que lo que da más seguridad para que sean respetadas las leyes, es que sean respetables. Cuando la ley y la moral se encuentran en contradicción, el ciudadano se encuentra en la cruel disyuntiva de perder la noción de lo moral o perder el respeto a la ley, dos desgracias tan grandes una como la otra y entre las cuales es difícil elegir.
Hacer reinar la justicia está tan en la naturaleza de la ley, que la ley y la justicia, es todo uno en el espíritu de la gente. Todos tenemos una fuerte inclinación a considerar lo legal como legítimo, hasta tal punto que son muchos los que falsamente dan por sentado que toda justicia emana de la ley. Basta pues que la ley ordene y consagre la expoliación para que ésta parezca justa y sagrada para muchas conciencias. La esclavitud, la restricción, el monopolio, encuentran defensores no solamente entre los que de ello aprovechan, sino aún entre los que por ello sufren.



Resultados de la expoliación Legal. La Ley. Frederic Bastiat. Editorial Colección Libertad, USFQ. Quito, 2009. 

jueves, 12 de abril de 2012

Ayn Rand

"Si los trabajadores luchan por mayores sueldos, se claman como 'beneficios sociales', si los empresarios luchan por mayores beneficios, esto es condenado como 'avaricia egoista'"


Ayn Rand