lunes, 31 de mayo de 2010

Crítica a Terrícolas. Dudas sobre el vegetarianismo.





Después de ver por segunda vez Earthlings o Terrícolas, decidí que era imperativo escribir este mail con la esperanza de que pase por cada uno de los ecologistas confundidos que participaron en la cadena que distribuye el famoso documental. En resumen, éste muestra imágenes atroces de animales en distintos mataderos y los combina con otros temas variados que tratan sobre la conservación del medio ambiente.
No es necesario (aunque muy recomendable) ver todo el documental para identificar la falla en que se asienta. “El racismo es ubicar los intereses de la propia raza sobre los intereses de otra”, señala. Paralelamente, el sexismo es una forma de darle más importancia a los deseos de un género sobre el otro. Por último, los “especisistas” son aquellos que ponen los intereses de su propia especie por encima de los intereses de las demás especies… Error. Me pregunto qué ser vivo no pone los intereses de su propia especie sobre los intereses del resto de seres vivos, ¿acaso no es ésa la ley de la naturaleza?, el término “especisismo” entonces carece de fondo por ser naturalmente inaceptable. Sin embargo el narrador lo usa con ánimo despectivo, como si aquellos seres que ponen los intereses de su propia especie sobre los intereses de las demás deberían ser condenados por faltarle el respeto a la pachamama. ¿Y de que otra manera se puede vivir en este planeta?, ¿No es ése el axioma que se acepta al poseer un grado de instinto de supervivencia? Condenar a un “especisista” es ir en contra de la naturaleza, es negar que las reglas que rigen sobre todos los seres vivos también rigen sobre nosotros, los seres humanos.
Por naturaleza, el interés de cada especie es sobrevivir y al hacerlo las especies ignoran los intereses del resto de seres vivos (a un tigre le vale un cuerno lo que desee un mono). Al situar la sobrevivencia del pescado por encima del interés del pescador o la del chancho por encima de la del granjero y acusar de “especisista” al que no lo hace, se cae en una terrible contradicción. El ecologista que prefiere que el pescador pase hambre antes de que coma su tilapia es un ente antinatural. Todas las especies deben su existencia al hecho de que constantemente evolucionan y se convierten en más rápidos y certeros predadores o mejores al protegerse de ellos. Consecuentemente, un conejo que considere el interés del águila más importante que el suyo propio seguramente no sobreviviría en este planeta. Los “terrícolas” (título del documental) habitan sobre esta base. Entonces, dictar un veredicto a favor de la tilapia y no del pescador es ser un verdadero “especisista”. De esta manera, la palabra sí tiene fondo y no es ridículamente nula. 











Si un pensador llegara más lejos con su tesis ecologista diría que nosotros, los seres humanos, tenemos la responsabilidad de abrigar a la naturaleza y cuidarla. Que se nos ha dado la inteligencia con la condición de que la utilicemos sabiamente, donde “sabiamente” significa a servicio de la naturaleza. Esto suena indudablemente bonito. Sin embargo, urge excavar hasta el núcleo de tal pensamiento y encontrar cuál es su verdadero significado.
Así como el leopardo utiliza sus garras y su velocidad para alcanzar a su presa y convertirla en su almuerzo, el tiburón logra detectar a las suyas desde una distancia sorprendente y el búho se ha desarrollado hasta ser increíblemente eficaz al cazar durante la noche. Por otro lado, varios tipos de sapos poseen en su piel un veneno capaz de matar a sus predadores; los elefantes se movilizan en manadas para protegerse y hasta las rosas tienen espinas. La vista del búho esta al servicio del búho y es la herramienta que le sirve para su supervivencia; la inteligencia del hombre debería seguir la misma lógica.
Nuestra supervivencia y proliferación como especie a lo largo de la historia esta ligada a nuestra capacidad intelectual. Hace miles de años los seres humanos librábamos una batalla constante con otros seres de la naturaleza. Quien hubiera creído que nosotros, sin contar con garras firmes ni visión sorprendente ni nada similar sobreviviríamos en ese mundo hostil y seríamos capaces de almorzarnos mamuts y movilizarnos sobre lomos de caballo. Fue nuestra inteligencia la que nos concedió lanzas y la capacidad de domesticar animales. Es y siempre será nuestra inteligencia la que nos permite alimentarnos como especie y sobrevivir en este planeta. Supongamos que un viaje en el tiempo sitúa a un ecologista, que en la actualidad reconoce el derecho de los cerdos a no ser convertidos en hamburguesas, en las tierras primitivas de Alaska hace diez mil años. ¿Cuál sería la reacción de una tribu de humanos cuando dicho ecologista trate de impedirles cazar a un mamut bebé (pues pobrecito el mamut no tiene como defenderse de las terribles lanzas de los humanos)? El ecologista sin duda aprendería que la sobrevivencia de dicha tribu esta ligada al permiso que se da a sí misma de cazar mamuts bebés (cazar mamuts adultos era mucho más peligroso). El hecho de usar sus armas y su estrategia, -en fin: su inteligencia- para los intereses de su propia especie es lo que le permite sobrevivir a la tribu. El ecologista del ejemplo tendría que usar una lanza y asesinar al mamut bebé para poder sobrevivir. En la actualidad, el proceso sigue siendo el mismo: un cerdo tiene que morir para poder comer carne de cerdo.
En fin, el ecologista que pide que el ser humano utilice su inteligencia “a servicio de la naturaleza” esta pidiendo que no utilice su única herramienta de supervivencia para sobrevivir. Está pidiendo algo ridículo desde un punto de vista natural (en la naturaleza no existe ninguna especie que entregue sus cualidades al servicio de sus presas o predadores). Además, resulta irracional desde el punto de vista humano: si es racional buscar la supervivencia como especie, entonces postrar nuestra inteligencia a servicio de la supervivencia de otras especies y no de la nuestra es irracional (equivaldría a que un ser humano primitivo suelte su lanza en vez de utilizarla para cazar).
Lamentablemente para algunas personas, la modernidad ha separado tanto al humano común de este proceso que generalmente sólo percibe su resultado: la hamburguesa. Tal distanciamiento ha brindado el espacio fértil para que crezca una opinión que molestaría sin duda al granjero o a la persona de campo: aquello que ocurre en los camales es inhumano. Una familia rural de clase baja generalmente cría una cerdita y a sus cachorros cerditos, los mantiene encerrados en una jaula pequeña, los alimenta con sobras de comida y finalmente los mata con un hacha. La cerdita termina en la mesa de la familia con una manzana en la boca.
Muchos dirían que la solución al problema es simple: dedicarse a comer lechugas. Sin embargo ésta es una solución miope. El verdadero problema esta en considerar tal “problema” como problema. Es decir, el error yace en la intrincada telaraña de sentimientos y conclusiones que llevó al ecologista a creer que comer carne no es debido.
¿Qué se esconde detrás de este deseo asceto-suicida?[1]

Se puede divisar la respuesta en el mismo video.
“A fin de cuentas, se trata de dolor y sufrimiento”. Dolor y sufrimiento, repite y repite el documental, y combina este par de lacónicas palabras con imágenes. Por un lado, imágenes excesivas, frívolas e ingenuas: Aves volando libremente; un chancho paseando y disfrutando de la libertad mientras sobre él cabalga un gorrión; un kohala tipo peluche agarrado de unas ramas verdísimas; monos jugando; leoncitos jugando… Por otro lado, imágenes cortantes, engorrosas y aún más excesivas: Vacas muriendo en el camal, recién degolladas; canibalismo entre cerdos; matanza de aves; hachazos, tijeretazos, insultos! … Si, parece que a fin de cuentas, se trata de dolor y sufrimiento, y para que contraste aún más: dolor y sufrimiento combinados con imágenes de una naturaleza hippie y pacífica.

¿Ignoran o pasan por alto el hecho de que los leoncitos jugando se comerán a los monitos jugando?.
Antes de continuar, prefiero citar una de las frases finales del documental:
“Como nosotros, ellos están sobreviviendo; como nosotros, también buscan su comodidad en vez de la incomodidad” (se refiere a los animales)
La modernidad nos ha separado tanto de la naturaleza que ahora vemos peluchitos en vez de osos polares y una selva verdísima llena de mariposas y bambis en vez de un mundo en donde las especies se almuerzan entre sí.

* * *
Pequeña historia, Dolor y Sufrimiento:

El clima gélido no atraviesa su espesa capa de grasa y su pelaje mientras camina con la vista fija en una de las esquinas del glaciar. El oso se acerca a su presa entre la blancura de la nieve que le rodea. Más de media tonelada y casi tres metros de altura niegan cualquier sigilo a sus movimientos. Aún siendo un macho adulto, fuerte y saludable, aminora su paso y contempla a su presa. La morsa ha perdido el rastro de su manada y se alista para enfrentar al depredador más grande del ártico. Pesa más del doble que el oso y posee dos colmillos de casi un metro de largo diseñados específicamente para defenderla en tales situaciones. El oso sabe que tiene una oportunidad para causar una herida lo suficientemente profunda e inmovilizarla.
El final feliz para el majestuoso predador polar comienza con un manotazo fuerte que logra girar la cabeza de la morsa y dejar descubierto su cuello por un segundo. Tiempo suficiente para atacar con sus colmillos y arrancar un pedazo de carne del punto débil de su presa. Hecho esto, el oso esconde su cuerpo del alcance de los largos colmillos de la morsa y se concentra en penetrar su cuello. Ésta, con dos toneladas de peso, no tiene la agilidad para darse la vuelta antes de que el predador blanco vuelva atacar. Su piel es gruesa y la capa de grasa que la protege del frío es más gruesa aún. Los mordiscos del oso van arrancando pedazos de carne sin llegar a afectar seriamente los órganos vitales de la morsa, sin embargo causan el dolor suficiente para apaciguar sus defensas y entorpecer el manejo de sus colmillos. El hielo se tiñe de rojo. El oso, seguro de haber triunfado en esta peligrosa batalla, se aleja de la morsa, letalmente herida y agonizante. Ésta, tendida sobre el suave paño de nieve, se convertirá en la comida del enorme predador blanco, aún viva, será arrastrada hasta un lugar en el que podrá comérsela. Un cadáver enorme y el glaciar bañado de sangre evidencian la matanza. El oso, saciado, se alista para invernar y sobrevivir un invierno más. Se dirige a su guarida, limpia su pelaje, destapa una Coca-Cola y sonríe para la foto.

La alternativa yace en el segundo que sigue al manotazo que propinó el oso a su presa. La morsa sobrevivirá esta vez. El oso divisa el cuello de la morsa y se lanza con sus colmillos, ávidos de un ataque letal. Sin embargo, su presa logró moverse un poco y el mordisco del oso no causó más que una herida en el lomo superior de las dos toneladas de morsa. Ésta no pierde tiempo y en un ataque, torpe a la vista del camarógrafo de la National Geographic, golpea la pierna del oso con uno de sus colmillos. El impacto, digno de un metro de marfil y una bestia enorme, logró quebrar un hueso de la pierna del oso. El dolor y la pierna debilitada hacen que el predador se aleje de la morsa por un momento, tiempo suficiente para que su enorme presa gire y le encare un vez más. El oso contaba con una oportunidad, ahora, con la pierna herida y en clara desventaja, opta por alejarse de los colmillos amenazantes de la morsa y lentamente emprender la retirada. La herida en el lomo de la morsa cicatrizará con el tiempo y, si logra reunirse con su manada antes que una orca hambrienta la encuentre en el mar, sobrevivirá. El majestuoso predador blanco, al contrario, no tiene oportunidades. Sufriendo por su pierna rota camina hacia una muerte lenta en las orillas del glaciar. Aún si se recupera parcialmente de su herida, no podrá cazar y morirá de inanición. Alimentará a las aves carroñeras o quizás a alguna jauría oportunista de lobos árticos que lo encuentre tendido sobre la nieve. Nuestro hermoso rey de las nieves polares no llegará nunca al casting con Coca-Cola Corp.

* * *


Importante conclusión:

Dolor y sufrimiento, repite el documental, dolor y sufrimiento.
Sobra decir que a la morsa le vale un cuerno el sufrimiento del oso y viceversa.
Los seres humanos, al estar tan separados del proceso natural en el que los animales matan para sobrevivir. Dotan al oso de características humanas y le plantan implícitamente un rostro humano en la cabeza. A una persona que ha vivido toda su vida en su departamento Feng-shui y compra su sánduche de jamón y queso en la despensa de la esquina le puede parecer atroz que el granjero que el otro día conoció en uno de esos viajes a la casa de su tía que vive ahí en la hacienda, al lado del señor que cría caballos, sí el granjero de la choza de madera del fondo, él, tenga que matar con un hacha a la cerdita encerrada, y el hacha era vieja!. Esa persona le preguntaría al granjero si le gustaría que lo críen y lo encierren, y le den de comer las sobras y le acuesten a la fuerza y con un hacha mocha le corten el pescuezo y le sirvan en la mesa con una manzana en la boca!. El granjero, molesto, no respondería. Él sabe que la cerdita sirve para alimentar a su familia, ¿por qué va a estar mal comérsela?
Así como Coca-Cola Corp ha puesto una sonrisa y un rostro humano al oso polar, Looney Toones le plantó una camisa azul y un sombrero a Porky, el cerdo tartamudo y “E E Eso es Todo Amigos[2]!”.
Me pregunto si en el medioevo los hombres encargados de alzar el hacha y darle el vire al cerdo o girarle el pescuezo al pavo veían un rostro humano en sus presas. Apostaría a que no. Es ahora cuando existe una cantidad innumerable de gente, alejada del matadero del cual sale su comida, capaz de ver en los rostros de los animales expresiones humanas y situarse en su posición.

* * *

El lobo arrastraba a su presa, un desafortunado venado, la prendía de una de sus piernas y pretendía acercarla a sus crías cuando ésta se levantó, aún sangrando, y le dijo (casi mata al lobo del susto): Lobo! ¿Te gustaría que te hagan lo que me estas haciendo? ¿Qué si agarro a tus lobitos de una pierna, los muerdo y los arrastro, te gustaría? El lobo soltó la pierna y regresó a ver a su presa, había abandonado su cara de venado y tenía facciones caninas, orejas grandes, pelaje gris y colmillos.








Al mirar con lupa al lobo y al resto de los animales, podríamos decir que éstos no obedecen a ninguna moral porque están supuestamente privados de capacidad de discernir. Es decir, no tienen voluntad, al no tener voluntad, no pueden realizar juicios de conciencia y no puede surgir una moralidad dentro del comportamiento animal. Por ende, los animales son amorales. Terminada esta nota como un apunte extra que probablemente requiere más líneas de reflexión, continúo con nuestro lobo imaginario que deliraba con un venado con facciones caninas, orejas grandes, pelaje gris y colmillos.
Ahora, si comprendemos la “moral” no volitiva del lobo, ésta se compone sin duda de un paquete de parámetros que le guían para sobrevivir. La supervivencia de su especie es para él un instinto ineludible. Supervivencia: comerse a sus presas y sortear a sus predadores y demás peligros. Cazar venados y dar de comer a sus lobitos son actos morales para el lobo.
Nuestro delirante canino tiene entonces un problema moral grave. Si se asusta, deja al venado en el suelo y regresa a su guarida; estaría perpetuando un acto lobeznamente inmoral. Si se detiene y le responde al venado: “sí, tienes razón, lo bueno para mí y para los de mi especie es considerar el sufrimiento de ustedes, los venados, y no comerles más; podríamos decir que el lobo tiene una moral descarrilada. (Ejemplo extra de moral descarrilada: el pecado original, mediante este concepto, la religión cristiana condena al sexo, nuestra herramienta de reproducción y única forma de perpetuarnos. Consecuencia: el sexo se vuelve algo pervertido a los ojos de un cristiano).


¿Existe una razón lógica para que el ejemplo del lobo no sea aplicable al ser humano?, ¿Se podría decir que, ya que nosotros sí tenemos conciencia y acción volitiva, debemos evitar comer nuestro alimento por el sufrimiento de éste? La inteligencia entonces se vuelve una carga sobre la espalda, un saco repleto de culpabilidad que obliga al ser humano a agacharse sin ver contenido de la carga que lleva. El ser que acepta la culpa aboga por comer lechugas como respuesta al sufrimiento que pasan los animales que nos almorzamos.
Aún si las fábricas de carne fueran lugares limpios en los que se alimenta a los animales con comida natural; aún si se los sacara a pasear y se los mantuviera en cubículos blancos con luz tenue para no incomodarlos; aún si el granjero fuera buena gente y les contara cachos a los cerdos y finalmente los matara con un electroshock rápido y lo menos doloroso. Aún así, el ecologista no podría comer carne. El sentimiento de culpa estaría presente. ¿Te gustaría que tu vecino te críe, encerrado, te mantenga en un sitio, te alimente, te engorde, te electrocute y te coma?
Lo que el ecologista quiere es imaginarse un cerdo que se sienta libre en un prado colorido, que juegue y sonría junto con su familia de cerditos; y que una brisa de primavera les acompañe en un cuadro digno de Plaza Sésamo. Me pregunto si el águila o el tigre le desean eso al conejo y al monito.
Como ya dije, el problema del ecologista es ver caras de seres humanos en todos los chanchos del camal. Es por esto que el documental no repara tanto en la pesca de peces pequeños como de ballenas: porque nos es más fácil identificarnos con el sufrimiento de un animal grande, por un lado porque su sufrimiento es más “grande” y por otro lado, mientras más parecidos o cercanos a nosotros, mejor. También es por esto que preferí contar el ataque de un oso polar a una morsa y no el sufrimiento de un grillo atrapado en una telaraña.
La moral descarrilada, similar a la del lobo que cree que es debido considerar el sufrimiento del venado antes que su alimentación, es el verdadero problema. Ésta ha demandado que nuestra inteligencia, la única herramienta que poseemos para sobrevivir, sea puesta a servicio de la supervivencia de animales que históricamente han sido nuestro almuerzo. El que no lo haga puede ser etiquetado como “especisista” pues es nuestro deber dar una vida larga y feliz (en palabras del mismo documental) a aquello que siempre a llenado nuestros platos. Tal pensamiento es consecuencia de la distancia que ha trazado la modernidad entre el proceso productivo y el producto final, visible en los centros comerciales. La facilidad para plantar rostros humanos en los animales que comemos es el eslabón intermedio en este proceso y va de la mano con la caricaturización de los animales en los medios.

Notas Extra:

Libertad.
Al imaginarse un rostro humano en cada uno de los chanchos del camal, el ser humano acepta una inyección de culpa y dolor. No mira con atención a la razón por las cuales se siente culpable, se limita a señalarlas. Una de ellas es la falta de libertad.
La raíz para esta inyección de culpa es la imagen de un chancho libre caminando en un prado colorido, como ya mencioné. Viene entonces la idea de que al criarle, le estamos privando de tal prado colorido. Sin embargo, antes de quitarle aquello, es necesario concedérselo implícitamente: nos imaginamos que al chancho le agradaría estar en un prado colorido. ¿Porque?, Porque a nosotros, si fuéramos chanchos, nos gustaría pasear libremente por ahí, como en la película “Babe”; si fuéramos osos polares, nos gustaría tomar Coca-Cola y, si fuéramos conejos, Bugs Bunny es la mejor opción. Tal sentimiento, por irónico que parezca, es una interpretación ligeramente exagerada de las causas por las cuales nos imaginamos que el chancho del camal desearía caminar por un prado colorido, es decir, desearía libertad.
La verdad es diferente. ¿Deseamos nosotros, los seres humanos, pasear por XZ5? XZ5 es un planeta que nadie ha visto, no tiene fuentes de agua cristalina, ni prados coloridos, ni brisas primaverales; tiene cosas mucho mejores, pero es imposible describirlas ya que nadie las ha visto e inclusive no poseemos en nuestro lenguaje métodos para nombrarlas. XZ5 es un sitio desconocido para la raza humana. No existe razón lógica para que algún ser humano desee visitar ese planeta. Cristóbal Colón no deseaba encontrar América.






No es posible que un chancho nacido en cautiverio y con un coeficiente intelectual chanchuzco desee pasear libremente por un prado. Somos nosotros los que le atribuimos ese deseo. Somos nosotros los que le imaginamos libre pues nosotros sabemos que un chancho puede pasearse “libremente” en un prado. El concepto de libertad es un parámetro inventado por el hombre, reservado no sólo para aquellos que tienen conciencia de sí, sino para los que conocen aquello que los hace prisioneros.


Los derechos de los animales y la crueldad.

Prefiero plantear el tema concentrándome en un ejemplo simple:
Robinson Crusoe, el náufrago que vive en una isla, aparentemente desierta. En su soledad, su objetivo primordial es sobrevivir. Construir una guarida y alimentarse serian entonces sus primeras obligaciones para sí mismo. Paralelamente, una anaconda que habita en uno de los ríos de tal isla tiene como obligación (siempre que su deseo sea sobrevivir) para sí misma alimentarse de Robinson si se le presentara la oportunidad. Robinson no puede de ninguna manera convencer a la anaconda para que no le ataque. Consecuentemente, Robinson, cada vez que se acerca al río, va armado con una lanza y se mantiene alerta. Entre la anaconda y Robinson no existe ninguna clase de consenso. Como alimentarse representa una necesidad para la anaconda, Robinson se vería motivado a utilizar su lanza en contra del animal si alguna vez se produce el encuentro. Robinson no puede darse el lujo de dejarla vivir, pues cada vez que éste acuda al río en busca de agua dulce para beber, su vida estará en serio peligro. La anaconda también se verá afectada por la incapacidad de nuestros dos actores de llegar a un consenso. Cada vez que se encuentre cerca de Robinson, existirá para ella el peligro de ser atacada y herida bajo la punta de su lanza.
Ahora, supongamos que Viernes entra en nuestro guión. Viernes es un ser humano, el segundo habitante de la isla. Viernes gusta de la carne humana tanto como de la carne de otros animales. En su primer encuentro Robinson y viernes se aferran a sus lanzas y se miran con atención. Después, gracias a gestos y el uso de señales con sus manos, Viernes y Robinson llegan a un acuerdo para dejar sus lanzas a un lado momentáneamente. Este hecho es digno de reflexión.
Entre dos seres capaces de comunicarse se puede o no llegar a un acuerdo. Dicho acuerdo inherentemente contiene una voluntad de compromiso. Tal compromiso sugiere un control de los actores sobre sus propias acciones. Si no se llegara al acuerdo, entonces los dos actores no tendrían ningún motivo para ejercer control sobre sus respectivos cuerpos. En caso de que los dos bandos sí llegasen a una solución conjunta, cada uno de los actores reconoce un derecho del otro actor y por ende, una obligación sobre sí mismos. La obligación a la que me refiero es negativa, es decir, la obligación de no hacer algo (justamente el derecho que se le reconoce al otro es a lo que me refiero con "algo"). En fin, sin comunicación no puede haber consensos, y sin consensos, no pueden existir derechos.
El problema entre la anaconda y Robinson podría ser solucionado si los dos mantuvieran una conversación. En nuestra isla probeta no existen derechos ya acordados así que la anaconda y Robinson se verían obligados a fundarlos. Supongamos que, después de una corta conversación, Robinson acuerda no aproximarse al río durante la tarde y la noche, si alguna vez lo hace, será por emergencia y nunca llevará consigo su peligrosa lanza. En contraste, la anaconda promete no acercarse a la cascada en la que Robinson pesca y recoge agua para cocinar y lavarse durante las mañanas. Mutuamente, se otorgaron ciertos derechos y aceptaron sus obligaciones respectivas. Como producto de su consenso, la anaconda y Robinson obtuvieron beneficios; la enorme serpiente ahora puede nadar en su río sin tener que preocuparse por la lanza de Robinson durante las tardes y las noches. Además, el náufrago puede pescar tranquilamente y hasta bañarse en la cascada. Está tan feliz de haber podido comunicarse con la anaconda![3]
En la realidad, la anaconda y Robinson nunca hubieran podido llegar a un consenso. La anaconda hubiera atacado a Robinson sin dudar siquiera un segundo. De la misma manera, Robinson hubiera tenido que usar su lanza en contra de la anaconda. ¿Es correcto reconocer el derecho de la anaconda a no ser atacada por Robinson?
Los derechos de los animales se asientan en este error: un "derecho" nace de un consenso. No hay razón para reconocer el derecho de los animales a no ser almorzados por nosotros si ellos nos almorzarían en la primera oportunidad. ... Cuidado, "Zona de Tiburones"! ... hasta los mosquitos nos pican!. La breve e inevitable conclusión es que los seres humanos sí tienen el derecho a comerse a los otros animales.



Hasta este punto he argumentado en contra de sólo una de las secciones del documental: Comida. Estas líneas no han hecho referencia a nada más que a las intermitencias que aluden al tema alimenticio. La razón es simple: sólo en este tema mi posición es terminante, totalmente carnívora, digámoslo así.

Lamentablemente, el documental hace una fanesca con varias ideas ecologistas. Incluso, en una sección, comenta sobre la contaminación de los mares. En consecuencia, el espectador es inducido a aceptar todos los puntos expuestos como si pertenecieran a un mismo paquete. Sin embargo cada uno de ellos merece consideración particular ya que son problemas con entrañas completamente diferentes.

El video de un toro arreado por una horda de humanos y atado a un poste es una de las primeras secuencias en "Earthlings". Sin reparar en detalles: El motivo por el cual el toro es tratado de esa manera es abrigado en su mayoría por la palabra "crueldad": Alegría frente al sufrimiento ajeno. Además, existe un porcentaje de exhibicionismo: "miren que valiente soy, no le tengo miedo al toro". La anaconda nunca torturaría a Robinson. Este es un comportamiento exclusivamente humano. Si continúo la línea de razonamiento ya descrita, el ser humano tiene el "derecho" a comerse la anaconda, mas no tiene el "derecho" a torturarla. Ejercer crueldad hacia el toro o hacia cualquier animal es un acto de tiranía.
¿Qué tiene de malo? En primer lugar, dolor injustificado para el animal. "Injustificado" deriva de la palabra "justicia". La "justicia" entre animales y humanos sí existe y deriva de los derechos negativos ya analizados. De esta manera, comerse un animal no es injusto pero torturarlo sí lo es. Una corrida de toros es, por deducción lógica, un acto antinatural. ¿Cual es el problema, si me hace sentir bien?, respondería cualquier torturador de animales. ¿Cual es el problema si atas a un desconocido y le vas sacando las uñas, una por una, y esto te hace sentir bien?, es la mejor respuesta. La única diferencia es que el torturador es más susceptible a considerar el sufrimiento del desconocido por compartir con él la misma especie, pero si de "sentirse bien" se trata, entonces sólo depende del nivel de psicopatía del torturador. En segundo lugar (este punto se lo dejo a los sicólogos), debe tener consecuencias negativas para la psique alimentar una personalidad torturadora, incluso si se trata de animales. Y, por último, tanto el torturador de animales como el torturador de seres humanos son esclavos casi metafísicamente hablando. Dependen de la reacción de su objeto de tortura para sentirse bien. Sus virtudes sólo sirven para causar dolor a otro ser, en consecuencia son dependientes de la existencia de esos otros seres y de sus demostraciones de dolor. Más en el fondo, la crueldad les da un sentimiento de poder incapaces de conseguir por sí mismos, su impotencia social se ve reflejada en la tortura.

Última historia, El Buque de Pesca y La División del Trabajo.


Como apéndice final quisiera contar y analizar la historia de Pedro, el pescador. Érase un pueblo de pescadores en el que cada cual pescaba su propio almuerzo. Durante las madrugadas, todo el pueblo salía en barcas a pescar, cada uno en su barca, cada uno con su pesca. No existía ningún juicio de especisismo hacia la pesca ya que todos en el pueblo eran pescadores y sabían que alimentarse de los peces no podría incluir ni una pizca de sentido de culpa. Con el tiempo, la caña de pescar de Pedro se averió. Tuvo que gastar todo un día fabricándose una nueva caña de pescar. Aún así, su nuevo instrumento no era tan bueno como el anterior. Tal día, con el alba vigilando la marea, antes de la pesca, Pedro vio la excelente caña que se había fabricado Juan. No pudo contenerse, le pidió a éste que le fabrique una igual. Juan, alagado, aceptó la oferta, pero le advirtió que para fabricar su caña se necesitaría dos días de trabajo. Pedro le prometió pescar el doble para que Juan pueda disponer del tiempo suficiente y manufacturar la nueva caña. Es así como Juan se volvió famoso en el pueblo por sus cañas de pescar. La noticia de la magnífica caña de pescar que Juan había fabricado para Pedro recorrió el pueblo y en tan sólo una semana, Juan tenía órdenes de compra de varios pescadores, todos irían a pescar en la mañana y le traerían comida suficiente para dos días. Juan comenzó a vender cañas de pescar al precio de “comida para dos días”.
Pedro, por su parte, había mejorado mucho en la pesca, varias veces a la semana era capaz de pescar más de lo que necesitaba para sí mismo. Por esos días llegó el granjero al pueblo, sus vacas podían producir más leche que la estrictamente necesaria en su hogar. Durante las madrugadas, el granjero salía a pescar, no era bueno y ahuyentaba a los peces; al regresar de la pesca, el granjero no tenía tiempo para descansar y corría a ordeñar sus vacas. En este punto del desarrollo de nuestro pueblo de pescadores es cuando Pedro empieza a producir carne de pescado para otras personas y, digámoslo así: establece su negocio de pesca. En un comienzo, cambiaba sus pescados por la leche del granjero, facilitándole a él la adquisición de carne de pescado y evitándole el suplicio que le significaba salir en su canoa. Después, Pedro optó por cambiar su pesca por otros productos, llevando mayor variedad de comida a su casa y evitando a otras personas el tener que salir a pescar.
Ahora, hagamos el salto. Veinte años después, Pedro opera un buque pesquero; el granjero administra una industria lechera y Juan, el de las cañas de pescar, ha empezado por fabricar botes y actualmente construye barcos. ¿Si estaba bien para Pedro pescar por su propio alimento con una caña y un gorro de paja a merced del viento y los vaivenes de su canoa; esta mal que Pedro pesque para el pueblo entero con su enorme buque de pesca y toda la tecnología que éste pueda abrigar? Si continuamos nuestro razonamiento basado en consideraciones inquebrantables, no hay nada de malo en que Pedro alimente a todo el pueblo usando su nueva tecnología. Comida es comida.



Alejandro Veintimilla

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[1] (“Asceto” por el ascetismo de no comer carne siendo una especie carnívora. “Suicida” porque, al privar al ser humano de su única herramienta para subsistir, la inteligencia, y postrarla a favor de otras especies, se aboga en contra de nuestra supervivencia. “Postrar nuestra inteligencia a favor de otras especies”, el sentido profundo de tal declaración se puede encontrar en una de las frases finales del documental: “Y de hecho está en nosotros concederles una vida feliz… y larga”. )

[2] Palabras distintivas de la Warner Bros para el fin de sus programas.

[3] Tal es el proceso por el cual surgen los derechos negativos, derechos "naturales" diría yo, pues se derivan de la capacidad de comunicación entre dos seres. Derechos negativos pueden ser, el derecho a no ser atacado por el otro actor (no violar la propiedad corporal), el derecho a no ser plagiado por otro autor (si mañana publico mi libro, lo titulo "cien años de soledad" y copio lo escrito en el de Gabriel, estaría violando su derecho sobre su propiedad intelectual, aún si incluyo la excepción de que "muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento" Aureliano Buendía recordaría la tarde en que su abuelo lo llevó a conocer, que sé yo, la gelatina; ) o el derecho a no ser robado por otro (derechos materiales, conocidos como "propiedad privada").