jueves, 26 de enero de 2012

El ancestral imperio chino y los impuestos.


Confucio 551 a.C - 479 a.C

China tiene más de tres mil años de historia escrita, sin duda es una de las civilizaciones más antiguas de Tierra. El imperio de la Gran Muralla ha sido gobernado mayormente de manera autoritaria, y ha dejado ver una interesante interacción del gobierno y el pueblo en el campo de los impuestos.
El pensar chino con respecto a impuestos se remonta a los tiempos de Confucio (500 a.C) Su filosofía al respecto duró más de dos mil años. En China el emperador era reconocido como el “Hijo del Cielo”, sin embargo, en contraste con los faraones y los reyes occidentales, el emperador chino podía perder su poder y su condición divina si reinaba opresivamente. “Opresivamente” históricamente ha significado abusar de los impuestos y empobrecer al pueblo. Confucio estableció los límites para la imposición tributaria en un diez por ciento de la producción.
Existe evidencia considerable que sugiere que la ancestral cultura china se tomaba el tema de los impuestos en serio. Mencius, conocido como el Segundo Sabio después de Confucio, cuenta en sus escrituras que debe hacer un rey al respecto de impuestos:

  • En negocios grava el beneficio, no toda la producción.
  • Si la tierra ya paga impuestos, no graves la producción, entonces todos los mercaderes del mundo aceptarán mantener sus existencias en tus mercados.
  • Si en los puertos hay inspección pero no hay impuestos, todos los viajeros del mundo estarán complacidos de viajar en tu país.
  • En el caso de agricultores, si no los gravas, todos los agricultores del mundo aceptarán trabajar en tus campos.
  • Si los trabajadores de tus viviendas no están sujetos a un impuesto por persona, todos los trabajadores del mundo estarán complacidos de ser tus súbditos.

Mencius escribió sobre la paz que traería el respeto al “Mandato del Cielo”, dicho mandato era el de no exceder el diez por ciento en imposiciones tributarias. Al igual que Thomas Jefferson, Mencius escribió sobre el derecho sagrado de insurrección en contra de un gobierno opresivo.
Sin embargo, como en la historia occidental, existieron varios emperadores cuya sed de poder les llevó a elevar los impuestos exorbitantemente y oprimir al pueblo. El “Mantato del Cielo” fue ignorado, entre otros, en el año 221 a.C por el emperador Shih Huang-ti, quien, habiendo establecido su reinado sobre todo el territorio chino, se concentró en la construcción de la Gran Muralla China.  Aumentó el impuesto del 10% al 50% y estableció un “impuesto” humano obligatorio (esclavitud). Shih Huang-ti se convirtió en el primer emperador de la dinastía Qin. Es también conocido por los Guerreros de Terracota, la incineración de libros y el enterrar vivos a varios eruditos. No duró mucho tiempo en el poder, diez años después de haber perdido el “Mandato del Cielo” fue destronado.
El emperador Ching Ti (157-144 a.C), en total oposición a lo que había hecho Huang-ti, gobernó sabiamente y se ganó el apoyo del pueblo. Su gobierno era etiquetado como “gobernar sin hacer nada”, un paralelismo claro a lo que hoy se conoce como laissez-faire. Ching Ti declaró el impuesto cerca del 3%, por debajo de la regla confuciana del 10%. Resulta poco sorpresivo que bajo el reinado de Ching Ti haya florecido la prosperidad y la abundancia.
Emperador Wu Ti
A pesar de la sabiduría de Ching Ti, su sucesor, el emperador Wu Ti, fue uno de los peores tiranos de la historia imperial. Wu Ti ostentó el trono por más de cuarenta años (141 a.C-87 a.C), su apetito opresivo no conoció límite alguno: se gastó las reservas del reino en lujosos palacios y en sus numerosos harenes; cuando se vio sin dinero suficiente, encontró la manera de drenar más de los bolsillos de su gente y aumentó los impuestos. La carga tributaria a los mercaderes se multiplicó por cinco. Introdujo nuevos impuestos, entre otros, gravó el transporte. Cuando supo de la evasión, instituyó un sistema de cobranza de impuestos que incluía espías e informadores. Castigó a los agricultores que evadían o no pagaban y confiscó sus campos. Además, intervino en el mercado y monopolizó la producción de sal, hierro y alcohol; controló los precios de los cereales y ordenó a la aristocracia que entregara un tributo en oro (2).
El régimen de Wu Ti, marcado por la opresión y la guerra, terminó sorpresivamente con un re-instauración del mandato de Mencius y la filosofía confuciana del “diez por ciento”. La historia deja ver algo muy peculiar en Wu Ti de la dinastía Han: el emperador se arrepintió de sus acciones pasadas e institucionalizó un cambio durante su reinado. En el mundo de hoy, no hay recoveco alguno en la política donde se pueda ver algo similar (Alan García no es un buen ejemplo), ya sea por la debilidad institucional de la democracia o por una falta moral más profunda. Los gobiernos de hoy han sobrepasado con holgura los abusos de Wu Ti y resulta inimaginable una marcha atrás dentro del marco político del siglo XXI.
La ancestral cultura china, además del confucianismo, dio a luz a una corriente de pensamiento profundamente libertaria, el taoísmo. Para terminar este texto, me permito citar unas frases escritas por LaoTsu hace más de 2,500 años (1):

LVII
(…)
Cuantas más prohibiciones y tabúes existan en el mundo, más se empobrecerá el pueblo. 
(…)
Cuanto más claros y específicos son las leyes y reglamentos,
más numerosos serán los ladrones y bandidos.
Por lo tanto, el Sabio dice:
“Yo no actúo y el pueblo se transforma a sí mismo.
Yo amo la tranquilidad y el pueblo se rectifica por sí mismo.
No tengo asuntos y el pueblo se enriquece por sí mismo.
"Tao Te Ching"
(…).

LXXV
Si el pueblo se muere de hambre,
es porque los que están arriba comen mucho de los impuestos;
es por esta razón que sufren de hambruna.
La razón por la cual el pueblo es difícil de gobernar,
es porque los de arriba se dedican a la acción,
por ello es difícil de gobernar.
Si el pueblo considera a la ligera la muerte,
es porque los de arriba exigen mucho de la vida.
Por ello consideran a la ligera la muerte.
(…)




Este artículo se basa mayormente en lo escrito por Charles Adams en el capítulo “China: The Mandate of Heaven”, del libro “For Good and Evil, The impact of taxes on the course of civilization”. Por otro lado, existen algunos autores que han escrito sobre el tema desde un punto de vista menos político, entre ellos, Murray Rothbard elaboró el artículo "The Ancient Chinese Libertarian Tradition" y Roderick T.Long el enriquecedor ensayo Austro-Libertarian Themes in Early Confucianism. Sobre el tema, recomiendo revisar Los impuestos y la ancestral opresión a los judíos y La Piedra Rosseta y los impuestos en Egipto.

--------------------------------------------------------------------------

  1. El Dao De Jing Lao Zi. Traducción por Renaud W. Neubauer. Universidad San Francisco de Quito. Primera Edición. Quito, 2007.
  2. Cualquier parecido con la actualidad no es pura coincidencia, el poder político tiene formas inmutables.


   

lunes, 9 de enero de 2012

Discurso de Francisco D'Anconia sobre el dinero



Lo siguiente es un fragmento del libro "La rebelión de Atlas", de Ayn Rand:


«¿Así es que usted piensa que el dinero es el origen de todo mal? » dijo Francisco d’Anconia.

«¿Alguna vez ha preguntado cuál es la raíz del dinero? El dinero es un instrumento de cambio, que no puede existir a menos que haya bienes producidos y hombres capaces de producirlos. El dinero es la forma material del principio según el cual, los hombres que quieran tratar entre sí deben hacerlo a través del intercambio dando valor por valor. El dinero no es instrumento de mendigos que piden regalado a base de lágrimas ni de los saqueadores que arrebatan a la fuerza. El dinero se hace posible sólo por los hombres que producen. ¿Es esto lo que usted considera maligno? Cuando usted acepta dinero en retribución de su propio esfuerzo, lo hace únicamente bajo la convicción de que lo podrá cambiar por el producto del esfuerzo de los demás. No son los mendigantes o los saqueadores, los que dan valor al dinero. Ni un océano de lágrimas, ni todos los cañones del mundo pueden transformar esos pedazos de papel en su cartera, en el pan que usted necesita para sobrevivir mañana. Esos pedazos de papel que debieran ser oro, constituyen una prenda de honor su título que le da derecho a la energía de la gente que produce. Su cartera es la declaración de su esperanza de que en algún lugar del mundo a su alrededor, existen hombres incapaces de quebrantar ese principio moral que es la raíz del dinero. ¿Es eso lo que considera malvado?
¿Se ha preocupado usted por investigar las raíces de la producción? Observe un generador eléctrico y atrévase a decirse así mismo que fue creado por el esfuerzo muscular de bestias irreflexivas. Intente hacer crecer una semilla de trigo sin los conocimientos transmitidos a usted por quienes tuvieron que descubrirlo por vez primera. Trate de obtener su alimento tan sólo a base de movimientos físicos y aprenderá que la mente humana es la raíz de todos los bienes producidos y de toda la riqueza que haya existido jamás sobre la tierra.
Más usted asegura que el dinero lo hacen los fuertes a expensas de los débiles. ¿A que fuerza se refiere? No es la fuerza de las armas o de los músculos. La riqueza es el producto de la capacidad del hombre para pensar. ¿Es por lo tanto el dinero hecho por el hombre quien inventa un motor a expensas de quienes no lo inventaron? ¿Es el dinero hecho por el inteligente a expensas de los tontos? ¿Por el capacitado a expensas del incompetente? ¿Por el ambicioso a expensas del holgazán? El dinero se hace antes de que pueda ser robado o mendigado hecho
por el esfuerzo de cada hombre honesto; cada uno hasta el límite de su capacidad. El hombre honrado es el que sabe que no puede consumir más de lo que él mismo ha producido.
Intercambiar por medio del dinero es el código de los hombres de buena voluntad. El dinero se basa en el axioma de que cada cual es dueño de su mente y de su esfuerzo.
El dinero no concede poder para prescribir el valor de su esfuerzo, excepto el juicio voluntario del hombre que está dispuesto a cambiar su esfuerzo con usted en retribución.
El dinero le permite a usted obtener por sus bienes y su trabajo, lo que para los que lo compran vale, pero no más. El dinero no permite otros tratos excepto aquellos que se llevan a cabo en beneficio mutuo por el juicio espontáneo de los que intercambian. El dinero exige de usted el reconocimiento de que los hombres han de trabajar en beneficio propio y no en su propio daño; para ganar y no para perder el reconocimiento de que no son bestias de carga nacidos para transportar el peso de su miseria que usted debe ofrecer valores y no agravios, que el lazo común entre los hombres no es un intercambio de sufrimientos, sino un intercambio de mercancías. El dinero exige que usted venda: no su debilidad a la estupidez de los hombres, sino su talento a cambio de razón; exige que usted compre, no lo peor que ofrecen, sino lo mejor que su dinero pueda encontrar. Y cuando los hombres viven a base del comercio y con la razón y no la fuerza como árbitro decisivo, el mejor producto es el que triunfa; la mejor actuación; el hombre de mejor juicio y más alta maestría. Y el grado de productividad del hombre será también el de su recompensa. Tal es el código de la existencia, cuyo instrumento y símbolo es dinero. ¿Es esto lo que usted considera reprobable?
Pero el dinero es sólo un instrumento. Lo llevará a usted donde usted quiera, pero no lo reemplazará como conductor. Le dará los medios para satisfacer sus deseos, pero no proveerá dichos deseos. El dinero es el azote de quienes intentan revertir la ley de causalidad; de quienes buscan reemplazar la mente, adueñándose de los productos de la mente.
El dinero no comprará la felicidad para quien no tenga un concepto de lo que desea; el dinero no le dará un código de valores si él ha evadido el conocimiento de qué valorizar y no le proveerá con un propósito si él ha eludido la elección de lo que busca. El dinero no comprará inteligencia para el tonto, ni admiración para el cobarde, ni respeto para el incompetente. El hombre que intenta comprar los cerebros de sus superiores para que le sirvan, reemplazando con dinero su capacidad de juicio, termina por convertirse en víctima de sus inferiores. Los hombres de inteligencia lo abandonan, pero los embaucadores y farsantes acuden a él en masa, atraídos por una ley que él desconoce: la de que ningún hombre puede ser inferior a su dinero. ¿Es ésta la razón por la que usted lo designa maligno?
Sólo el hombre que no lo necesita, está capacitado para heredar riqueza: el hombre que labraría su propia fortuna, sin importar donde comience.
Si un heredero está a la altura de su dinero, éste le sirve, de lo contrario, lo destruye. Pero ustedes observan esto y claman que el dinero lo ha corrompido. ¿Es eso así? ¿No habrá sido él quien ha corrompido al dinero? No envidiéis a un heredero indigno; su riqueza no es la vuestra y no habríais podido emplearla en mejor forma. No consideréis que debió ser distribuida entre vosotros. El agobiar al mundo con cincuenta parásitos en vez de uno, no habría hecho revivir esa muerta virtud que constituía la fortuna. El dinero es un poder viviente que muere sin su raíz. El dinero no servirá a una mente que no esté a su altura. ¿Es éste el motivo por el que le llamáis perverso?
El dinero es vuestro medio de supervivencia. El veredicto que pronunciéis acerca de la fuente de vuestro sustento, es el mismo que pronunciáis acerca de vuestra vida misma. Si la fuente es corrupta, habréis condenado vuestra propia existencia. ¿Adquiristeis el dinero por fraude? ¿Halagando los vicios o estupideces humanas? ¿Sirviendo a imbéciles con la esperanza de adquirir más de lo que vuestra habilidad merece? ¿Rebajando vuestros principios? ¿Realizando tareas que despreciáis para clientes hacia quienes sentís desdén? En tal caso vuestro dinero no os proporcionará ni un momento, ni el equivalente del valor de un solo centavo de auténtica alegría. Todo cuanto compréis se convertirá, no en un tributo a vuestro favor, sino en un reproche; no en un triunfo, sino en un constante evocador de vergüenza. Entonces gritaréis que el dinero es malo. ¿Malo porque no substituye al respeto que os debéis a vos mismo? ¿Malo porque no os deja disfrutar de vuestra depravación? ¿Es ésta la causa de vuestro odio al dinero?
El dinero siempre seguirá siendo un efecto y rehusará reemplazaros como causa. El dinero es producto de la virtud, pero no os conferirá virtud ni os redimirá de vuestros vicios. El dinero no os dará lo que no hayáis merecido, ni material, ni espiritualmente. ¿Es esa la raíz de vuestro odio hacia él?
¿Acaso habéis dicho que el amor al dinero es el origen de todo mal? Amar una cosa es conocerla y amar su naturaleza. Amar el dinero es conocer y amar el hecho de que el dinero es la creación de lo mejor de vuestros poderes internos y vuestro pasaporte para poder comerciar vuestros esfuerzos por el de los más capaces de nuestros semejantes. La persona que vendería su alma por unos pocos centavos, suele ser la que proclama en voz más alta su odio hacia el dinero; y tiene justa razón en odiarlo. Los amantes del dinero están deseosos de trabajar por él. Saben que son aptos para merecerlo.
Permitidme una indicación acerca de la clave que conduce al conocimiento del carácter humano. El que maldice el dinero, lo ha obtenido de manera deshonrosa. Quien lo respeta, lo ha ganado honradamente.
Huid como por vuestra vida de quien os diga que el dinero encarna el mal. Dicha frase es la campanilla que anuncia la proximidad de un saqueador igual que en otros tiempos anunciaba la de un leproso. Mientras los hombres viven en comunidad sobre la tierra y necesitan medios para tratar unos con otros, el único sustituto en caso de abandonar el dinero, sería el cañón de un arma de fuego.
Pero el dinero exige de vosotros las más altas virtudes, si es que queréis hacerlo o conservarlo. Quienes carecen de valor, orgullo, o estimación propia, los que carecen del sentido moral de su derecho a su dinero y no están prestos a defenderlo como si defendieran sus propias vidas, los que se excusan por el hecho de ser ricos, no lo serán por mucho tiempo. Constituyen un cebo natural para las bandadas de saqueadores que desde hace siglos se agazapan bajo rocas, pero que salen al exterior en cuanto huelen a un hombre que ruega ser perdonado por la culpabilidad de poseer riqueza. Se apresurarán a aliviarle de su culpa y de su vida como se merece.




Entonces presenciaréis el alza de los hombres que militan bajo dos banderas; de quienes viven por la fuerza y sin embargo, cuentan con quienes viven del comercio para crearles el valor del dinero robado; hombres que son los polizones de la virtud. En una sociedad moral, ellos son los criminales y los estatutos se establecen para protegerlos contra sus actividades. Pero cuando una sociedad establece la existencia de criminales por derecho y de saqueadores legales, es decir, de hombres que utilizan la fuerza para apoderarse de la riqueza de víctimas desarmadas, entonces el dinero se convierte en vengador de quien lo creó. Tales maleantes se creen seguros al robar a seres indefensos en cuanto han aprobado una ley que los desarme. Pero su botín se convierte en imán para otros saqueadores que se los arrebatarán en igual forma a la que ellas lo obtuvieron. Entonces el triunfo irá, no al más competente en producción, sino al más despiadado en brutalidad. Cuando la fuerza se convierte en norma, el asesino triunfa sobre el ratero, y entonces la sociedad desaparece entre un despliegue de ruinas y carnicerías.
¿Queréis saber si ese día va a llegar? Observad el dinero. El dinero es barómetro de las virtudes de una sociedad. Cuando veáis que el comercio se efectúa, no por consentimiento de las partes, sino por compulsión, cuando veáis que para poder producir, necesitáis obtener autorización de quienes no producen, cuando observéis que el dinero afluye hacia quienes trafican no en bienes sino en favores, cuando percibáis que los hombres se hacen ricos más por el soborno o por influencia que por el trabajo, y que las leyes no os protegen contra ellos, sino que, al contrario, los protegen a ellos contra vosotros; cuando observéis la corrupción recompensada y la honradez convertida en auto sacrificio, podéis estar seguros, sin temor a equivocaros, que vuestra sociedad está condenada. El dinero es un medio tan noble que no compite con las armas, ni pacta con la brutalidad. Nunca permitirá a un país sobrevivir como propiedad a medias, o como botín compartido.
Siempre que aparezcan elementos destructores entre los hombres, empezarán por destruir el dinero, porque éste es la protección del hombre y la base de una existencia moral. Tales elementos se apoderarán del oro, entregando a los dueños en cambio un montón de papel falsificado. Esto destruye las normas objetivas y deja a los hombres a merced caprichosa de un arbitrario promulgador de valores. El oro es un valor objetivo, un equivalente a riqueza producida. El papel es una hipoteca sobre riqueza que no existe, reforzada por un arma apuntada al pecho de quienes se espera han de producirla. El papel es un cheque cursado por saqueadores legales sobre una cuenta ajena: «La virtud de las víctimas». Vigilad el día en que dicho cheque rebote llevando la anotación: «Cuenta sobregirada».
Cuando hayáis convertido al mal en medio de sobrevivencia, no confiéis en que los hombres sigan siendo buenos. No esperéis que conserven la moralidad y pierdan la vida con el fin de convertirse en pasto de los inmorales. No esperéis que produzcan cuando la producción se ve castigada y el robo recompensado. No preguntéis entonces: «¿Quiénes están destruyendo al mundo?» Porque seréis vosotros mismos.
Os encontráis en medio de los mayores logros de la civilización más grandemente productiva y os preguntáis por qué se derrumba a vuestro alrededor, cuando vosotros mismos bloqueáis la fuente sanguínea que la alimenta, que es el dinero. Contempláis el dinero a la manera de los salvajes antes de vosotros, y os preguntáis por qué la selva vuelve a vuestras ciudades. A través de toda la historia de la humanidad, el dinero fue siempre botín de los saqueadores de un tipo u otro, cuyos nombres cambiaron, pero cuyos métodos continuaron siendo los mismos; apoderarse del dinero por la fuerza y mantener a los productores atados, degradados, difamados y despojados de honor. Esa frase acerca de lo pecaminoso del dinero que repetís con ese irresponsable aire de virtuosidad, data de la época en que la riqueza era producida por la labor de esclavos, esclavas repetían los movimientos descubiertos con anterioridad por la mente de alguien y que dejaron sin mejora por siglos. Mientras la producción fue gobernada por la fuerza y la riqueza se obtuvo a través de la conquista, hubo poco que conquistar. Sin embargo, a través de siglos de estancamiento y hambre, los hombres exaltaron a los saqueadores como aristócratas de la espada, aristócratas de la cuna, y más tarde como aristócratas del despecho, despreciando a los productores, primero como esclavos, y luego como comerciantes, tenderos e industriales.
Para gloria de la humanidad, existió por primera y única vez en la historia del mundo un país de dinero y no me es posible rendir más alto y reverente tributo a Estados Unidos de Norte América, porque esto significa: un país donde reinan la razón, la justicia, la libertad, la producción y el logro. Por vez primera la mente y el dinero de los hombres quedaron libres, dejó de existir la fortuna como botín de conquista, siendo suplantada por la fortuna, consecuencia del trabajo, y en vez de guerreros y esclavos, surgió allí el verdadero forjador de fortuna; el más grande trabajador, el tipo más elevado de ser humano: el forjador de sí mismo, el industrial norteamericano.
Si me pedís que nombre la distinción más honrosa que caracteriza a los norteamericanos, escogería ya que incluye a todas las demás el hecho de haber sido el pueblo que acuñó la frase: «hacer dinero». Jamás en ninguna otra lengua o nación, había sido usada semejante frase; los hombres pensaron siempre en la riqueza como cantidad estática que podía ser arrebatada, mendigada, heredada, distribuida, saqueada u obtenida como favor. Los norteamericanos fueron los primeros en comprender que la riqueza había de crearse. La frase: «hacer dinero» contiene la esencia de la moralidad humana.
Sin embargo, debido a esas palabras, los norteamericanos se vieron denunciados por las decadentes culturas de los continentes de ladrones. Ahora el credo de los saqueadores os ha llevado a considerar vuestros más dignos logros como motivo de vergüenza, vuestra prosperidad como motivo de culpabilidad, vuestros más eminentes personajes industriales como unos granujas, vuestras magníficas fábricas como producto de la labor muscular, trabajo de esclavos, movidos a fuerza de látigo, como lo fueron las pirámides de Egipto. El malvado que pretende no apreciar la diferencia entre el poder del dólar y el poder del látigo, debería aprender la lección sobre su propio pellejo que pienso le sucederá algún día.
A menos y hasta el momento en que descubráis que el dinero es la raíz de todo lo bueno, estaréis buscando vuestra propia destrucción. Cuando el dinero deje de ser el instrumento utilizado por los hombres para efectuar los tratos entre sí, los hombres mismos se convertirán en herramientas unos de otros. Sangre, látigos, cañones... o dólares. Elegid... No existe otra opción y el tiempo apremia».

jueves, 5 de enero de 2012

El Jardín de Bonsais.

Al comienzo el valle estaba cubierto por un bosque frondoso habitado por árboles de todo tipo. Eran altivos y bellos, con sus ramas se permitían cubrir el paisaje sin dejar claros a la luna. Ocurre que éste bosque era muy peculiar: se hallaba en guerra.



I

Al comienzo el valle estaba cubierto por un bosque frondoso habitado por árboles de todo tipo, altivos y bellos, que con sus ramas se permitían cubrir el paisaje sin dejar claros a la luna. Ocurre que éste bosque era muy peculiar: se hallaba en guerra.

En la mitad del valle se podía encontrar un amplio lago color vino tinto, cualquier visitante que viera la orilla adivinaría que el lago ejercía un efecto extraño sobre los árboles, éstos parecían estirar sus ramas para acercársele, como disputándose sus aguas sin poder tocarlas. Los árboles, inclinados sobre el lago, se amontonaban, se enredaban y alargaban sus troncos como si en el vientre de aquellas aguas se encontrara un imán. El bosque, visto desde los cerros, era increíblemente tupido e impenetrable en los rededores del lago mientras que se permitía más espacios en sus lejanías y contornos.

Se sabe que por las venas ocultas en las ramas de los árboles no corría savia ni clorofila sino sangre, púrpura sangre latía en el interior de los troncos. El lago le debía su color vino tinto a la sangre que derramaban los árboles al morir. Muy pocos conocen el resto: los árboles se sentían atraídos por el olor de la sangre de sus muertos, los sedaba y los alimentaba. El lago recogía aquellas aguas y ofrecía embriaguez a los que ostentaban sus orillas. El sentimiento de poder al consumir aquel perfume era innegable y moraba en lo profundo de la naturaleza de los árboles del valle.  Amaban el olor del lago.

II

La historia que cuenta el valle con nostalgia de aquellos tiempos de bosque frondoso y árboles imponentes comienza con un sauce. Uno de los más grandes árboles que se podía ver en la orilla del lago. Sus anchas ramas eran respetadas incluso por los altos secuoyas y por los fortísimos robles que le avecinaban. De sus hojas emanaba un aire peculiar, casi imperceptible, una mezcla de arrogancia y aparente sublimidad. Su silueta demandaba sumisión, su grueso tronco denotaba poder y nobleza, inquebrantable fortaleza y antigüedad.
Sin embargo, el sauce ocultaba un miedo, el temor a perder su sitio a la orilla del lago. Conocía muy bien el respeto que por él sentían sus compañeros, pero entendía también que su puesto era envidiado. Con el pasar de los inviernos sus curtidas ramas se habían debilitado, aunque aparentaban su legendaria fortaleza, el sauce sabía que ya no guardaba la misma energía de antaño. Se sentía una cáscara, una hoja reseca. Había visto sucumbir a los más grandes árboles con el pasar de los siglos y temía abrazar aquel destino tarde o temprano.
Por la noche, levantaba la vista y recorría con ella los pasajes más alejados del bosque. Miraba a aquellos desafortunados árboles viviendo tan lejos, alimentados de sangre solamente por la ocasional muerte de alguno de sus compañeros o por un viento extraviado que partiera del lago y fuera a terminar allá. Sentía un remordimiento extraño e innombrable en sus entrañas. Cuán injusto había sido el valle con ellos!
Fue una noche de aquellas la que decidió hablar con los árboles de la lejanía.

II

El otoño siguiente el bosque había cambiado. El murmurar inquieto de las ramas sugería ansiedad. Los árboles esperaban impacientes la decisión de aquellos que ocupaban la orilla. Los secuoyas y los robles sentían el riesgo de perder su puesto privilegiado y consideraban con nerviosismo la propuesta del sauce.
Había transcurrido ya casi un año desde la noche en la que los árboles del rededor prometieron invadir las cercanías del lago, eran numerosos y parecían decididos. Para aplacarlos, el sauce prometió algo descabellado, casi insolente y sin embargo interesante: Construiría con su madera un jardinero. Éste tendría la obligación de mantener el agua del lago lejos del bosque y, además, recogería con una vasija la sangre necesaria para aplacar la sed de cada árbol por igual. El jardinero se encargaría de rociar los troncos todas las tardes, caminaría recorriendo las lejanías del valle hasta llegar al lugar alguna vez ocupado por el lago. Allí, un monumento hecho de la madera más noble le serviría de hogar.
 Se sabía que la insatisfacción reinaba en el valle y se podía oler la revolución. Era difícil para los sequoias  dejar atrás el privilegiado puesto junto al lago, sin embargo el bosque enardecido gritaba “¡égalité!” y se volvía imposible no sentir la amenaza.
Al fin, después de algunos días de confusión e incertidumbre, un roble arrancó una de sus ramas y la ofreció para el monumento que se haría frente al lago, mostró así su apoyo a la propuesta del sauce y dijo:

-  Compañeros, ha llegado el momento de entender que lejos de nuestros hogares existe un bosque que no puede respirar de las corrientes púrpura del lago. Hay árboles que sobreviven en la precariedad de los suburbios donde quizás llegue un débil olor o un viento perdido de los que saben a sangre empolvada y que jamás llenarían nuestros pulmones. Ese bosque que vive en la lejanía hoy grita ante nuestras puertas y demanda igualdad. Muchos de ustedes ni siquiera sabían de su existencia, sientan vergüenza. Es la sangre de ellos la que llena el lago que nos alimenta.
Este valle es nuestra patria, sólo mediante la igualdad podrá ser patria también para ellos, para los pinos, para los manzanos y para los arbustos. No podemos decir que amamos el valle en que vivimos sin antes entender que amor a la patria es también amor a la igualdad. Construyamos entonces un monumento en el que vivirá el jardinero que ha de traer justicia para todos los árboles que hoy han sido  libres de gritar su descontento.
El corto discurso, acompañado por el golpe seco de la rama del roble al caer, dio paso al silencio y a la espectativa. La propuesta era tan revolucionaria que sus consecuencias se sabían insondables de antemano y pensar en ella era poco práctico. En momentos como aquel, cuando todo esta a punto de cambiar, solo importa cuán coloridos y brillosos puedan ser los frutos de las ideas, ya pasó el tiempo para meditar sobre sus raíces.

       - El jardinero aplacará al resto del bosque que hoy amenaza y además podrá escucharnos y escucharlos también a ellos en caso de que sea necesario pedirle algo. – Exclamó el sauce con firmeza.
Y aquel fue el nacer de una nueva era, la del jardín de bonsais.

III

El jardinero fue construido con las ramas del sauce y su hogar adornado con madera de roble y sequoia. Vivía en el centro del bosque, las miradas de los altos árboles le daban sombra, protegían y vigilaban.
Su primera tarea fue recoger el líquido púrpura del lago y guardarlo en los interiores de su casa. Siempre recordando regar a los árboles del bosque con la sangre que necesitasen para mantener la rigidez de sus ramas y el color de sus hojas. Los árboles confiaban en él, el cambio había sido tan brutal que muchos estaban emocionados y se sentían ebrios de alegría al ver el amanecer de la nueva época. Además, recibían su dosis de sangre de las manos del jardinero, resultaba casi irracional no aceptar su magnanimidad y altruismo.
Sin embargo, por las venas del jardinero también corría sangre. Su carne era de madera, y todo lo que habitó alguna vez en aquel sauce vivía en su interior. Como al resto de árboles, al jardinero le asechaba la misma sed y la misma necesidad. Las aguas color púrpura le atraían, le daban vitalidad y genuino sentimiento de poder. Se pasaba las horas recogiéndolas y guardándolas en su hogar.
Una tarde, mientras que contemplaba el valle desde las alturas, pensó:
Aquel conjunto de árboles había creído ingenuamente que podría ejercer algún control sobre él. Imaginó cómo se verían si los podara, si cortara sus raíces y los convirtiera en bonsáis. Seguramente haría falta menos sangre para saciar a todo el valle. Sobraría más para él y para su monumento. Era una idea que le atraía como atraen las alturas a la hiedra. Quizás ofrezcan resistencia unos pocos árboles, pensaba. Sin embargo, sus movimientos eran torpes, poca comunicación tenían entre ellos, y, aunque la tuvieran, el que vivía en el monumento era él.
Al día siguiente emprendió la tarea de podar a los árboles del bosque. A los más grandes fue necesario darles dosis extra de sangre antes que, cegados por su olor, aceptaran embrutecidos todas sus acciones.
Al final, el jardinero había crecido tanto en tamaño y en fuerza que los bonsáis del recién fundado jardín eran incapaces siquiera de mirarle a los ojos. Lo que una vez fue un imponente bosque era ahora el jardín de un palacio. Los atrofiados árboles vivían contentos con la existencia del monumento donde vivía su amo, de donde brotaba el agua púrpura que los alimentaba y en cuya puerta habían escrito con satisfacción inolvidable la palabra “Democracia”.






Alejandro Veintimilla.

El guardián. Kafka. Fragmento de El Proceso

Lo siguiente es un admirable fragmento de la profunda novela de Franz Kafka, El Proceso:

Intentaré ser honesto con usted, dijo K. No te engañes, dijo el sacerdote. ¿En qué podría engañarme?, preguntó K. Te engañas en lo que se refiere al tribunal, dijo el sacerdote, en la introducción a la Ley se ha escrito sobre este engaño: "Ante la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre que viene del campo que se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice que en ese momento no le puede permitir la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde podrá entrar. "Es posible" responde el guardián, "pero no ahora". Como la puerta de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre, y el guardián se halla a un lado, el hombre se inclina para mirar a través del umbral y ver de ésta manera qué hay en el interior. Cuando el guardián advierte su intención, ríe y dice; "Si tanto te tienta, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero ten en cuenta que soy poderoso y que, además, soy el guardián más insignificante. Ante cada una de las salas permanece un guardián, cada uno más poderoso que el otro. La mirada del tercero ya resulta para mí insoportable". El hombre procedente del campo no había imaginado tantas dificultades. La Ley, piensa, debe ser accesible a todos y en todo momento, pero al considerar ahora con más exactitud al guardián, cubierto con su abrigo de piel, al observar su enorme y prolongada nariz, la barba negra, fina, larga, tártara, decide que es mejor esperar hasta que reciba el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y deja que tome asiento a uno de los lados de la puerta. Allí se queda sentado días y años. Hace muchos intentos para que le permitan entrar y agota al guardián con sus súplicas. El guardián lo somete frecuentemente a cortos interrogatorios, le pregunta de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas indiferentes, como las que hacen los grandes señores, y al final siempre repetía que aún no podía permitirle la entrada. El hombre, que estaba muy bien provisto para el viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo le repite: "Sólo lo acepto para que no creas que has omitido algo". Durante todos los años que permaneció allí, el hombre observó al guardián de forma casi ininterrumpida. Se olvidó de los otros guardianes y éste le terminó pareciendo el único impedimento para tener acceso a la Ley. Los primeros años maldijo la desgraciada casualidad, más tarde, ya envejecido, sólo murmuraba para sí en un rincón. Finalmente se vuelve senil, y como se ha sometido durante tantos años al guardián en una larga contemplación, termina por conocer a una de las pulgas que habita en el cuello del abrigo de piel del guardián, por lo que solicita a la pulga que le ayude a cambiar la opinión del guardián. Por último, su vista, ya débil, no sabe reconocer si oscurece a su alrededor o si son sólo sus ojos los que lo engañan. Pero ahora advierte en la oscuridad un brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley. Ya no vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su mente todas las experiencias pasadas, que toman forma en una sola pregunta que hasta ahora no había hecho al guardián. Entonces le guiña un ojo, pues ya no puede mover su cuerpo entumecido. El guardián tiene que agacharse mucho porque la diferencia de tamaños ha variado en perjuicio del hombre de la provincia. "¿Qué quieres saber ahora?" pregunta el guardián, "eres insaciable". "Si todos buscan la Ley", dice el hombre, "¿Cómo es posible que durante todos estos años, sólo yo haya solicitado la entrada?". El guardián comprende que el hombre se encuentra en sus últimos instantes de vida y, para que su débil oído pueda percibirlo, le grita: "Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues está entrada estaba reservada sólo para ti. Me iré ahora y la cerraré". 


El Proceso, Franz Kafka. Traducido por Adriana Arjona. Broker Editores. Colombia. 2007