miércoles, 7 de marzo de 2012

Democracia, un circo necesario



Existen libertarios que señalan las desventajas de la democracia sobre la monarquía y a partir de ellas deducen que la democracia se trata de un error histórico. Es mi opinión que esta visión no considera la totalidad de los factores que están en juego. 

En primer lugar, quisiera señalar algunas de las inmensas falencias de la democracia. El tema es lo suficientemente amplio como para requerir la extensión de un trabajo de tesis, sin embargo, creo que si se tienen ciertas bases lockeanas y en general, capitalistas, se puede saltar un proceso explicativo largo. De ésta manera, me permito señalar lo siguiente sin citas ni extensiones:

El Circo.

La democracia es un muy mal incentivo desde el punto de vista económico, es decir, si la meta es el progreso, la democracia es un obstáculo que la economía debe franquear para desarrollarse. En breves términos, una economía crece cuando existe un ambiente de estabilidad y de respeto por el comercio y la propiedad. La democracia debilita la herramienta más representativa del comercio: el dinero. Dada su naturaleza clientelar, en la cual el Estado se ubica como receptor de las demandas del pueblo y por ende es responsable de proveerle de lo que sea necesario para su satisfacción, es común que el Estado opte por la manera más simple de crear un ambiente de "bonanza" y, al mismo tiempo, incrementar el gasto público y la cantidad de "regalos": la inflación. El gobierno de turno, apoyándose en este impuesto invisible, se da el lujo de expandir el crédito, sembrando burbujas que seguramente se vendrán abajo algún día, cuando otro esté en el poder. Además, destruye el ahorro y la inversión acertada, las tasas de interés muy altas no son convenientes si se quiere continuar con el circo, ya llegará el momento de alzarlas, después de las votaciones. Por último, como si robarle sigilosamente al pueblo no fuera suficiente, al gobernante le importa poco la deuda, resultaría infantil preocuparse de una deuda que él no la va a pagar. La deuda la pagan las generaciones futuras mediante vergonzosos procesos de inflación o mediante crisis y austeridades incomprensibles para el ciudadano común. La democracia es abusiva con el pueblo, irrespeta el sudor de la frente del trabajador y se burla de él.





Pero se burla aún más bochornosamente en términos políticos, de manera cínica hace creer al votante que tiene la capacidad de elegir. Lo inmiscuye en un circo de banderas, colores, promesas, enemigos y mentiras; el ciudadano, anonadado, como un niño al que le ofrecen distintos pasteles, elige "pan, techo y empleo" o "patria, soberanía y justicia para todos", y el juego político comienza. Una parte del pueblo se come el pastel y duerme soñando con que las cosas van a cambiar, otra parte, sin embargo, cruza los dedos y espera que el nuevo gobierno le permita trabajar. Éstos últimos se arrodillan y piden que no se le meta más mano a los aranceles, al código laboral o a la política monetaria. Los primeros, los que se comieron el pastel, inician un proceso letárgico de enamoramientos y desencantos. A los dos grupos se les soborna con distintos tipos de favores. Dependiendo cuál haga más ruido, el gobernante puede optar por diferentes juegos pirotécnicos: aranceles, subsidios, casas, leyes especiales, escándalos, heroísmos o guerras. Todo, sin que importe en lo más mínimo si los favores mencionados tienen consecuencias devastadoras en el largo plazo, o si éstas consecuencias devastadoras afectarán a un grupo menos ruidoso que el más popular. La población termina politizada hasta los pelos, el penoso sueño de muchos cientistas sociales que creen en la participación, en los gremios y en los movimientos sociales, no es más que la supremacía del circo. Gracias a la democracia, el pueblo se ahoga en la novela de peticiones, huelgas, dedos acusadores y diferenciaciones, todo se vuelve político y el ciudadano acude a las urnas con los puños apretados. 

Y, mientras tanto, la democracia expande poco a poco los tentáculos del Estado, como un proceso ineludible e intrínseco de este pésimo sistema político en el que nos encontramos. Es difícil, casi milagroso, que un candidato ascienda con propuestas que incluyan recortes: eliminaremos el ministerio de ambiente!, reduciremos el bono a la pobreza!, acabaremos con el salario mínimo!, no más empresas públicas! Difícil. Generalmente, el candidato sube al poder proponiendo cosas nuevas: nuevos ministerios, nuevas secretarías, nuevas leyes, nuevos bonos, nuevos proteccionismos o nuevas empresas públicas, extra de todo. Es así como, tras el pasar de las décadas, el Estado crece y crece cual sanguijuela gracias a la democracia. Además, por antonomasia, si se tiene un órgano legislativo, éste ha de legislar, y década tras década, el montón de leyes se va multiplicando hasta que una cárcel tácita está firmemente construida. La constitución abandona su inicial rol de proteger al pueblo del Estado, se convierte en una mezcla entre una carta a Papá Noel (quiero esto y esto otro, y salud gratis, y educación gratis, y bono gratis, y universidad gratis, y protección arancelaria, y cultura gratis, y más y más) y un mandato fascista (una recopilación de controles que se han ido sumando poco a poco). La ley es un brazo más del circo, jamás está separada de él, se legisla un poco más por donde suenan más aplausos, y, como para el resto del show, poco importa si una ley causa devastadores problemas en el largo plazo o si causa éstos problemas a un grupo menos popular que el que hace más ruido.

Pero el pésimo incentivo económico que constituye la democracia, la politización de la población y la construcción de una cárcel tácita no es todo. La democracia cala profundamente en el ideario social, y de una manera lamentable. Le convence al pueblo de que es el Estado, en otros términos, el Estado deja de ser “ellos” y pasa a ser “todos”. Es tan grave esta confusión que algunos cientistas sociales, más confundidos aún, han llegado a decir cosas similares a: “si el pueblo eligió aquello, es aquello lo que necesitan”. Asentada en la falsa representatividad, adornada con los juegos pirotécnicos del circo, el pueblo puede ser estafado y luego, el estafador, puede darle la vuelta a la mesa y defenderse detrás del concepto de las urnas. Si acaso no goza de popularidad suficiente para exclamar “a mí me ha elegido el pueblo no escribir aquí el enemigo de turno!”, el gobernante puede señalar a sus antecesores como verdadero origen del problema y declararse mártir. En la democracia, la responsabilidad de un mandatario sobre sus actos es profundamente inexistente.

Por último, la democracia crea un irrespeto por la propiedad privada. Si antes los impuestos eran para el rey, en concepto, ahora los impuestos son para el pueblo. Se le otorga al pueblo un derecho sobre la propiedad del pueblo. Aunque las raíces de éste serio problema sobrepasen al sistema político, la democracia lo agrava de tal manera que es común escuchar a un ciudadano pedir que se les expropie a los ricos y, después de haber exclamado sus ansias de robo, continuar hablando sin perturbaciones. Es que la democracia ha legitimado la expropiación en nombre del pueblo, incluso los ricos sienten que no tienen derecho sobre su riqueza, y, en medio de la bruma que incluye cuestiones morales, se sienten anti- democráticos al oponerse a un impuesto progresivo. En el fondo de los fondos, el individuo queda colectivizado.

Escribo desde Latinoamérica, donde el proceso democrático es cómico y da ganas de llorar, sin embargo, cualquiera podría decir que la esencia de estos inmensos problemas se encuentra en las democracias europeas y norteamericanas, matizadas de una u otra manera por la cultura que nos distingue.

A pesar de todo, el objetivo de éste artículo es señalar que la democracia es un circo necesario, no es un error histórico de ninguna manera y es un avance frente a la monarquía, en oposición a la tesis de algunos libertarios monarquistas. Decidí separar el artículo en dos para cuidar su longitud y apartar de alguna manera los temas, la segunda parte se puede encontrar en el siguiente link.

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