En un artículo anterior,
Los Rostros del Libertarianismo, describí la crucial distancia que separa al
Anti-Estatismo del Principio de No Agresión o el conocido iusnaturalismo. La
conclusión general del artículo puede plantearse en la siguiente frase (siendo
injusto frente el resto de su contenido): La no agresión o el respeto por los
derechos “naturales” conllevan al anti-estatismo y el anarcocapitalismo, pero
el anti-estatismo y el anarcocapitalismo no conllevan a la aplicación de
derechos “naturales”. Esto significa que una sociedad sin Estado puede
presentar varios rostros.
Ahora, siguiendo la misma línea
de pensamiento, nos queda plantearnos la pregunta de ¿qué rostros de la
sociedad son más aptos para la libertad, qué parámetros morales sirven de apoyo
al libertarianismo? ¿Qué tipo de sociedad podría sobrevivir a flote sin parir
un Estado o frenar parcialmente su crecimiento? Habrá cientos de
consideraciones morales que pudieran ser incluidas en este análisis, desde términos
de pobreza hasta creencias religiosas. Negar que existe un rango de parámetros
morales aptos para sostener la libertad por un tiempo prolongado es cegarse
frente a las raíces culturales de la política, de las leyes y de la acción de
las masas.
No quiero ser tajante en este
sentido, no creo que hay solamente una moral que encaja con la libertad, escribo
“rango parámetros morales” porque creo que la libertad puede germinar en
distintas condiciones. Sin embargo, no me cabe duda que la sociedad libre
ideal, la sociedad capaz de sostener la libertad en el tiempo y albergar una
tierra infértil para el crecimiento del Estado es una sociedad libre de
racismo.
¿Es útil conocer el
funcionamiento de la economía para no defender ridiculeces en el campo de la
ética? Sin duda lo es. Un ejemplo de la ignorancia económica infectando la
ética es la clásica frase “los ricos necesitan de la existencia de pobres para
ser ricos”, una simple clase de economía
en la que se ilustre cómo la producción de riqueza no se asemeja a un pastel
(en el que los ricos se comen la mayor parte y dejan las sobras) sino a un
proceso en que la riqueza justamente se produce,
evitaría este tipo de creencias. Ahora, ¿no podría decirse lo mismo de la ignorancia
o indiferencia por el campo de la política?
El racismo puede tener sus raíces
en la cultura de una sociedad, sus expresiones se pueden dar en el día a día de
las escuelas, colegios, universidades y oficinas; en los parques y en los
bares. La raza oprimida siente la segregación incrustada hasta en el lenguaje. El
racismo no necesita del Estado para sobrevivir, de cierto modo éste permite su
institucionalización y su radicalización; pero en teoría podrían existir
sociedades sin Estado con una buena dosis de racismo. La libertad llega
equivocadamente hasta la sólida línea de la propiedad privada, aunque es correcto
que llegue hasta ese punto en cuanto a legalidad se refiere, debe avanzar más
en el campo de la moral y eliminar la opresión y segregación racial.
La fórmula es simple, ya se ha
escrito bastante sobre el tema. Los grupos sociales oprimidos, en este caso la
raza oprimida, regresan a ver al Estado como escape y solución a su problema. El
Estado, por su parte, encuentra en la opresión racial un nicho de acción y una justificación
para existir. Por cuestiones culturales o de barómetro
socialdemócrata-fascista, el Estado puede apoyarse en la corriente “discriminación
positiva-programas educacionales”; en la corriente de “opresión
institucionalizada-control fronterizo” o en una mezcla de las dos. Aquí lo que
importa no es la acción estatal en sí, sino la metamorfosis del Estado en un
símbolo de “justicia social” o de “protección xenofóbica”. En una época en la
cual flota en el aire la culpa por colonialismos pasados y la igualdad como
ideal, lo común es encontrar al Estado encarnando la inconmensurable “justicia
social”. Mientras existan grupos raciales oprimidos, el Estado estará asociado
con ese rol. El racismo permite al Estado
tomar una posición dominante en una sociedad, e ideológicamente hablando,
favorecería la aparición de un Estado en una sociedad temporalmente libre.
Entonces, regresando a lo que le
corresponde a la filosofía, ¿Es la ética Rothbardiana de propiedad privada la
línea en la cual el libertarianismo debe detenerse y darse por saciado? Quizás Rothbard
no opinaba esto, pero se me ocurre que éste ha sido el resultado. Suele pasar
que la corriente libertaria “mainstream” hoy en día señala como suficiente la
defensa de la propiedad privada, y hasta ahí llega el debate. La
superficialidad de éste tipo de juicios puede ilustrarse con la clásica defensa
del derecho de admisión en una sociedad libre: En una sociedad libre cada uno
tiene el derecho a admitir en su propiedad a el tipo de persona que desee, la
discriminación racial es amparada completamente por el derecho natural del
dueño sobre su local. ¿Hasta ahí llega el análisis? El debate suele reducirse a
cuestiones de si se debe o no se debe anunciar las restricciones de admisión en
la entrada del lugar, o a si el libre mercado empujaría hacia la no
discriminación. Y así continúan las conversaciones libertarias incapaces de
penetrar más allá de la de la defensa de los derechos de propiedad.
Pero, al igual que sin
conocimientos de economía se puede defender ridiculeces éticas, el no atender a
consideraciones políticas ha llevado a muchos libertarios a no escudriñar lo
suficiente las consecuencias del racismo. Como ya expliqué arriba, tal vez
no con la profundidad que amerita el tema, el racismo es profundamente
anti-libertario por fertilizar el crecimiento del Estado. En verdad, la moral
libertaria debe condenar el racismo por cuestiones de lógica, cualquier defensa
de “derechos de admisión” o de xenofobia privada son alucinaciones iusnaturalistas
(1) y no merecen ser etiquetadas como una propuesta ética acabada. Dirán que la
legalidad es lo que compete a los derechos de propiedad y que claro que los
derechos naturales no son toda la ética, pero, de nuevo, ¿si no son toda la
ética, cuál de los rostros del libertarianismo es menos libertario? El racismo
sin duda es profundamente incompatible con el libertarianismo, aunque el
Principio de No Agresión lo pueda albergar.